
En Jesús, Dios nos ha manifestado su amor. Sólo contemplando al Crucificado y Resucitado, nos posibilita alzar la mirada al mundo.
En Jesús, Dios nos ha manifestado su amor. Sólo contemplando al Crucificado y Resucitado, nos posibilita alzar la mirada al mundo.
Los creyentes estamos invitados a transformar nuestra sociedad y a revertir las estructuras que oprimen y marginan.
Jesús reconoce la dificultad de vivir esta conversión, pero nos da la esperanza que, aunque «es imposible para los hombres, no para Dios».
Quien quiera seguir a Jesús debe aceptarlo como pan de cada mañana, como alimento que sacia. Jesús no es el aperitivo de nuestra vida, es el alimento.
Jesús invita primero a entrar en la casa, y quedarse en ella… No hay palabra salvadora y sanadora sin este gesto primordial de comensalidad.
Sigamos manteniendo viva la confianza en el Señor. Siempre. También cuando la vida se nos hace más difícil. El Señor puede calmar todos los vientos.
En la solemnidad de la Ascensión del Señor, se nos presenta una invitación clara a actualizar nuestra envío para anunciar la Buena Noticia.
La vida desde el Resucitado implica momentos en que el corazón se turba, pero que también encuentra consuela en el Señor.
La fe es la puerta de acceso para recibir el saludo de Paz del Resucitado. Los discípulos son enviados a llevar la Paz a todo el mundo.
A la lista de aquellos primeros cuatro discípulos, podemos añadir nuestros propios nombres. Porque hoy el Señor también nos invita a nosotros.