
Que todos podamos tener el corazón de su Hijo, que tomaba a los pequeños en sus brazos y los bendecía imponiéndoles las manos.
Que todos podamos tener el corazón de su Hijo, que tomaba a los pequeños en sus brazos y los bendecía imponiéndoles las manos.
En este camino tenso entre la comunidad y la individualidad, el Señor va animando nuestra peregrinación, de modo paciente y amoroso.
Nosotros también podemos preguntarnos: ¿quién es Jesús para la gente en estos días? Es el hombre libre y liberador integral en múltiples testimonios contemporáneos.
Quizás a la novedad que se nos invita en la Iglesia hoy, es a no perder de vista que la vida cristiana siempre tiene una dimensión de encuentro muy personal con el Señor.
El Señor invita a no quedarnos en lo exterior, sino ir a lo esencial, a revisar nuestro interior y la profundidad de nuestra experiencia como cristianos.
Quien quiera seguir a Jesús debe aceptarlo como pan de cada mañana, como alimento que sacia. Jesús no es el aperitivo de nuestra vida, es el alimento.
Hagamos un espacio de silencio, pausa y reflexión respecto a un tema de trascendental importancia: la Santa Misa.
Jesús no es una ley impuesta y alejada de la realidad, sino que se presenta cercano al que sufre, presto para dejarse alcanzar por el necesitado.
Un encuentro sincero con Jesús siempre provoca un cambio radical. Si escuchamos más a Jesús y leemos con fe el Evangelio, cambiarán nuestras razones para vivir.
Llama la atención el reto que lanza el evangelista a la juventud, que sólo será dichosa y generosa si se pone al lado de Jesús y comparte lo que tiene.