
La solemnidad de la Epifanía del Señor nos invita a abrir nuestros cofres, es decir, nuestros corazones para dejarnos transformar por la luz de Dios.
La solemnidad de la Epifanía del Señor nos invita a abrir nuestros cofres, es decir, nuestros corazones para dejarnos transformar por la luz de Dios.
Al contemplar de cerca el drama del dolor humano de la migración, descubro la invitación interior a llevar amor y esperanza.
Hemos perdido la capacidad de medir las consecuencias de los discursos, hemos perdido la capacidad de cuestionarlos.
El Evangelio nos revela que esta familia está conformada por los pobres y pecadores, los excluidos y descartados, los buscadores de justicia.
Siempre podemos volver a casa, como personas y como comunidades, quizá sólo haya que escuchar en la noche los sueños que cambian senderos.
Su nacimiento nos confirma que Dios es un Dios con nosotros, un Dios que nos revela que la vulnerabilidad no es debilidad.
En medio de nuestra comunidad y de modo personal, tengamos la alegría de preguntarnos hacia dónde nos mueve el Señor.
Un camino que nos acerca de manera gradual a la noche de la Navidad, el nacimiento del Mesías, una promesa cumplida que nos deja ahora expectantes de su regreso.
Ha querido nacer en un humilde pesebre Entre animales de granja y entre sirvientes pues nadie sabía que un gran rey nacía.
Ofrezcamos nuestro tiempo a alguien necesitado, festejemos con los que no tienen con quien celebrar y esperemos anhelantes a Jesús.