
Jesús resucitado siempre vuelve a nuestra vida, muchas veces de manera inesperada: en una palabra, en un encuentro, en la oración, en la comunidad, en el consuelo interior que sólo el Espíritu puede dar.
Jesús resucitado siempre vuelve a nuestra vida, muchas veces de manera inesperada: en una palabra, en un encuentro, en la oración, en la comunidad, en el consuelo interior que sólo el Espíritu puede dar.
Alegrémonos de que la luz ha vencido a las tinieblas. Que la vida triunfó sobre la muerte. Hagamos realidad la Paz en medio de nuestra cotidianidad. Creer en el Reino de Dios implica apostar una y otra vez por acciones que construye solidaridad, fraternidad y justicia.
Jesús se va, pero se queda a través del Espíritu Santo, no se desentiende, sigue ahora en la discreción, hasta aquel día en que se manifieste a todas las naciones y entonces despuntará el alba del nuevo día para la humanidad. Y se manifestará como dueño y Señor de la historia.
Esta es la certeza que acompaña y mueve, en esperanza, la vida cristiana: el Señor resucitado permanece en medio de nosotros y su Espíritu nos guía. Guardar su palabra significa para nosotros, dejar que la vida de Dios, su proyecto, su Reino, iluminen nuestra vida, la transforme y la oriente.
La verdadera esencia del cristianismo no está en marcar diferencias, sino en construir puentes, sanar heridas y hacer visible el amor y la misericordia de Dios en cada acción. Por eso es importante preguntarse: ¿Cómo puedo amar con mayor generosidad? ¿Cómo puedo ponerme al servicio de los demás con autenticidad y desinterés?
El Evangelio nos invita a que nos alimentemos de la vida de Jesús y que bebamos el espíritu con que él ha vivido.
En la solemnidad de la Ascensión del Señor, se nos presenta una invitación clara a actualizar nuestra envío para anunciar la Buena Noticia.
Jesús nos llama a reproducir en la propia vida, lo que recibimos de Él. La cercanía con el Señor nos pone de cara al mundo, al prójimo.
Jesús nos recuerda hoy que no hemos de temer, que él nos cuida y respalda nuestras vidas con su propia vida. Por eso Dios Padre ama a Jesús.
La vida desde el Resucitado implica momentos en que el corazón se turba, pero que también encuentra consuela en el Señor.