- Domingo XXIX del Tiempo Ordinario – Ciclo B. Domingo 20/octubre/2024
- Marcos (10,35-45). Jesús habla de las condiciones para seguirlo
«La copa que Yo bebo, beberán; y serán bautizados con el bautismo con que Yo soy bautizado; 40 pero el sentarse a Mi derecha o a Mi izquierda, no es Mío el concederlo[c], sino que es para quienes ha sido preparado».
El Evangelio contiene sabiduría de vida por la sencillez de los relatos. Los hijos de Zebedeo piden a Jesús compartir los momentos de gloria y de resplandor. Quieren disfrutar del resultado sin vivir el proceso.
En la cotidianidad de nuestra vida, de nuestro discipulado, se encierra la condición para que aprendamos a disfrutar de cada momento. No podemos disfrutar de la alegría, si no hemos conocido los efectos devastadores de la tristeza. No podemos exigir a los demás que vivan en paz, si antes no hemos experimentado lo trágico y fratricida de una guerra. De igual modo, los hijos de Zebedeo, Santiago y Juan, aunque sean aceptados para estar uno a la derecha y el otro a la izquierda en la gloria del Maestro, no podrán apreciar el lugar que ocupan si no le han acompañado en la persecución y dificultad.
Esta idea del Evangelio nos lanza a vivir nuestra vida con decisión y sin temor. No podremos vivir acertando siempre las decisiones. Sin dudar, equivocaremos el camino, cometeremos errores y sentiremos culpa por las malas decisiones. Pero todas ellas son condición para saber apreciar los aciertos y las elecciones correctas.
Nuestra Iglesia no quiere dentro de sus filas a hombres y mujeres que se crean perfectos o inmaculados. Todos somos pecadores perdonados, que buscamos cumplir cada día la voluntad del buen Padre Dios. Es ese camino recorrido el que nos confirma los avances y los aciertos. Si hemos de fijarnos en nuestros defectos o pecados, es para aprender de ellos, no para lamentarnos eternamente ni para condenarnos.
Santiago y Juan están pensando en la gloria y resplandor del Maestro como un momento lleno de luces y de aplausos. Ellos, al igual que muchos de nosotros, los creyentes, no hemos entendido que la gloria de Jesús es ver el sufrimiento del pueblo. La gloria de nuestro Señor es acercarse al que sufre y al marginado para sanar y reconciliar. Jesús no escapa ni se aleja de las situaciones difíciles, sino que se hace presente en medio de ellas para que su luz ilumine las tinieblas, y su Verdad desplace a la mentira. La gloria de Jesús es mancharse y quebrarse por los demás, para devolverles la pureza y la dignidad.
Ojalá que pidamos estar cerca de Él en todo momento. Mucho más en la persecución y en el desprecio, que en la tranquilidad y aceptación. Los creyentes estamos invitados a transformar nuestra sociedad y a revertir las estructuras que oprimen y marginan. El mayor acto de fe es estar en medio de la tragedia humana para que brille la gloria de Dios. Así lo hizo nuestro Señor y Salvador, quien iluminó la oscuridad con su luz, perdonando desde la cruz.
Por P. Francisco Díaz, S.J.