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«El discípulo no está por encima de su maestro; pero bien formado será como su maestro»

  • Octavo domingo del tiempo ordinario – Ciclo C. Domingo 2 de marzo de 2025
  • San Lucas 6:39-45

En el evangelio de hoy, el evangelista Lucas nos presenta una parábola que reúne diversas enseñanzas de Jesús con un tono sapiencial, acompañadas por la dualidad de los dos ciegos, el discípulo y el maestro y los dos árboles. Con estas dualidades, el autor nos invita a identificar y discernir nuestra actitud frente a dos caminos: el bueno o el malo.

La vida cristiana nos desafía a reconsiderar cómo juzgamos a los demás. Este juicio debe estar basado en la actuación del Maestro. El discípulo no está por encima del maestro, ni ningún otro discípulo. Así como el Señor no juzgó, tampoco debe ningún discípulo juzgar a su hermano. Al juzgar, demostramos de alguna manera nuestra propia incomprensión del reino y, en efecto, la necesidad de con-formarnos al Señor para, conociéndole, poder seguirle con honestidad.

Quitarse la paja y la viga del ojo es entonces una exigencia cristiana y un camino de conversión: convertir la mirada en una mirada cristiana. El evangelista Lucas nos recuerda que el Reino de Dios está ya presente en nuestra realidad y que su modalidad de realización es a través de nuestra humanidad. El reino de Dios pasa por nuestra corporeidad, por nuestras acciones.

La mirada cristiana está relacionada con la analogía entre la mirada hacia el interior del discípulo con los frutos que de allí nacen. En esta lógica, un árbol improductivo es inútil; del mismo modo, Dios, en su Reino, da a cada uno y sabe dónde recoger frutos en la comunidad de los creyentes. Los frutos del corazón cristiano son los frutos que brotan del amor.

El discípulo que quiere imponer una norma distinta a la del mandamiento del amor es como un árbol malo que da frutos malos. En cambio, quien vive desde el corazón está invitado a traducir en su vida su relación con Cristo, a extraer sin cesar el bien del tesoro que hay en su corazón, es decir, a comunicar a los demás la bondad más profunda de su ser.

P. José Luis Cruz, S.J.