- Domingo XIV del Tiempo Ordinario – Ciclo B. Domingo, 07/julio/2024
- Marcos (6,1-6). Jesús enseña en Nazaret
«Jesús les dijo: «No hay profeta sin honra sino en su propia tierra, y entre sus parientes y en su casa».
Y no pudo hacer allí ningún milagro; solo sanó a unos pocos enfermos sobre los cuales puso Sus manos. Estaba maravillado de la incredulidad de ellos. Y recorría las aldeas de alrededor enseñando».
Los seres humanos nacemos inmersos en la historia, en un tiempo específico en medio de una sociedad, donde la familia es el espacio cercano que acoge. No surgimos de la nada, ni somos exclusivamente propios y autosuficientes: somos comunidad, familia, historia.
Así pues, el Señor acoge la realidad histórica y se hace ser humano. Se inserta en una historia, en el vientre de una jovencita virgen llamada María, desposada con un hombre de condición sencilla llamado José. Es así, que el Hijo, Jesucristo, también comparte nuestra realidad humana: no nace de la nada, se hace historia, es recibido por un pueblo en medio de una familia y es igual que nosotros en todo, menos en el pecado.
¡Dios es cercano! Desde antes de que todo existiera por su voluntad, ha estado íntimamente unido con su Creación. Ni más decir, del momento concreto en que su Hijo nace y empieza a habitar entre nosotros. Sin embargo, ¿alguna vez hemos cuestionado su cercanía, origen, historia?
En la primera parte del texto bíblico de este domingo, se nos muestra cómo Jesús se dirige a su ciudad de origen seguido por sus discípulos. Enseña con una sabiduría nunca vista; sorprende cómo se expresa respecto de las cosas divinas con tal naturalidad y no pocos se quedan desconcertados. Pero si lo hemos visto desde pequeño… pero si es el hijo de un carpintero… pero si conocemos a su familia cercana (padre, madre y primos); peros innumerables pululan, y no solo en la antigüedad, también hoy entre nosotros.
Cuando creemos que todo lo podemos controlar y conocer, nos alejamos de la sabiduría de los sencillos del Reino quienes acogen la pequeñez propia, sabiendo gustar internamente de las cosas —como diría san Ignacio de Loyola—. Hoy tenemos la oportunidad de dar un salto de confianza y acoger a ese Señor que está tan cerca, aguardando en el corazón propio, en el prójimo, en las realidades necesitadas de amor y de servicio, en la Santa Misa. Sin más peros, podemos libremente abrirnos a la realidad divina que busca transformar con su cercanía misericordiosa no solo el corazón propio, sino la sociedad en su conjunto.
No obstante, ¿acogemos al Mesías o le despreciamos impidiendo que haga milagros entre nosotros? Nunca es tarde para romper nuestras ideas preconcebidas que limitan el ser de Dios; siempre es oportuno reconocer que la pequeñez histórica de Jesucristo no fue (¡ni es!) impedimento para liberarnos hoy de nuestras fragilidades. Demos cabida a la cercanía constante del Señor que nos humaniza, librémonos de prejuicios que nublan la mirada interna, amemos y sirvamos, que esto es ya un gran milagro.
Por P. Juan Gaitán, S.J.