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  • Domingo XXXI del Tiempo Ordinario – Ciclo B. Domingo 03/noviembre/2024
  • Marcos (12,28b-34). Jesús nos invita a amar al prójimo
«Escucha, Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor: amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, con todo tu ser».

En este domingo el Evangelio de san Marcos nos presenta un diálogo ligero, pero profundo entre Jesús y un escriba. Un diálogo que inicia con una pregunta. Extrañamente, el evangelista no dice que la intención del escriba sea poner a prueba a Jesús, no obstante, pareciera que ese es el tono. Jesús le responde con el “shemáh Israel”(escucha Israel), que todo judío se sabía de memoria: amar a Dios con todo lo que el ser humano es, y al prójimo como a uno mismo. El escriba queda convencido de que Jesús es muy sabio, que su mensaje está muy fundado en la fe y la ley judía. Y Jesús se da cuenta de que este escriba no está lejos del Reino de Dios. El diálogo termina en una armonía tal, que uno podría sospechar que san Marcos, hace un guiño a los escribas que se abrieron al mensaje de Jesús y que luego se sumaron a la primera comunidad cristiana. Muchos de ellos jugarán un papel importante en la elaboración de los evangelios.

Quisiera señalar tres elementos que me llaman la atención de este episodio:

Primero: La apertura del escriba

Normalmente estos eran hombres muy estudiosos y especialistas en las Sagradas Escrituras, tenían un conocimiento muy sistematizado del plan de Dios para con Israel y cómo este plan debía vivirse en una fidelidad sin dejar nada por fuera. El escriba del evangelio pareciera que ya de antemano se ha dado cuenta que todo se resume en una síntesis armoniosa entre el amor a Dios y al prójimo, y se siente identificado con Jesús al escuchar su respuesta. Resulta novedoso que este hombre estudioso no se ve superior a Jesús, y en esa misma actitud de humildad no contradice al Señor, sino que al confrontar descubre el esplendor de la verdad.

El conocimiento si no es forjado con humildad pudiera encerrar al intelectual en sus propias convicciones, y creer que lo sabe todo, hasta el extremo de ya no escuchar a nadie, mucho menos al Señor. El escriba del evangelio nos enseña el modo correcto de adentrarnos al estudio de las Escrituras y la ley divina, la cual sólo toma sentido y se esclarece en el diálogo con Jesús. Es el Señor el que ilumina el Antiguo Testamento y le da el verdadero sentido a ley, que no es otro, que el amor. El peligro de un intelectualismo sin oración, sin diálogo con el Señor y sin amor, sigue siendo un peligro también para la Iglesia: la mera reflexión desde los escritorios, sin contacto con el prójimo y de manera especial con los pobres, hace del intelectual un hombre sin amor. Esto nos advierte, que la reflexión teológica en la Iglesia siempre debe hacerse de rodillas ante el Señor crucificado, que expresa la más alta manifestación del amor de Dios capaz de levantarnos de los atolladeros de la vida: el amor que salva.

Segundo: amarás al Señor con todo lo que eres

La experiencia del amor nos enseña que cuando amamos de verdad toda la persona se implica, la integra, no es que amamos sólo con una parte de nosotros, por el contrario, toda la persona se ve comprometida. Su sentir y su entender se ven aparejados en esta experiencia. El amor de Dios y la recíproca correspondencia del ser humano, hace de la criatura plena y feliz, justamente por el mero hecho de un amor incondicional y desigual en límites, un amor que nunca falla. Vivir esta esta experiencia es fundamental, sana muchas heridas y nos prepara para amar.

Por tanto, de ninguna manera debemos interpretar que amar a Dios sobre todas las cosas sea un capricho divino, como si Dios fuera un ser carente y necesitara de nuestro afecto, Él es pleno en sí mismo, por el contrario, el mandamiento nos conviene a nosotros. Aunque nadie nos hubiera amado, descubrir que su amor siempre ha estado y siempre estará, y que su amor siempre es inmediato nos reconstruye la vida, sólo su amor nos basta para amar. En Jesús, Dios nos ha manifestado su amor. Sólo contemplando al Crucificado y Resucitado, nos posibilita alzar la mirada al mundo, y encontrar con mis ojos a mi hermano y a mi hermana.

Tercero: amar al prójimo como a uno mismo

El amor de Dios se manifiesta en todas las criaturas, en las mismas bondades de la creación, pero de manera especial en el ser humano. Descubrimos en la bondad de las personas un amor tierno que hace referencia a alguien trascendental, y a través de ellas podemos desear que las personas buenas nunca debieran morir, y anhelamos que lo bueno sea eterno. Incluso las personas malas, algo de bondad tienen. Inmediatamente el prójimo nos conecta con el misterio de Dios, Señor de la vida y suma bondad.

Por tanto, el amor al prójimo no debemos rápidamente conectarlo con mi impulso altruista o de asistencia social, primero debe transitar por la experiencia de que mi prójimo es alguien digno de ser amado, porque él también me lleva a Dios. Si no partimos de esto fundamental, rápidamente degradamos el amor al prójimo en mero paternalismo, y nos creemos superiores ante el necesitado por el mero hecho de ayudarlo, el amor al prójimo siempre tendrá como causa el amor de Dios. Mi prójimo es capaz de aportarme una salida cuando he llevado la vida sin amor, mi prójimo es capaz de conectarme con Dios fuente del amor. Y entonces mi apoyo altruista llega correctamente, respetando y amando a mi prójimo, no sólo entrego, sino que también recibo agradecidamente.

El amor a Dios siempre nos hará descubrirlo en el prójimo, y el amor al prójimo siempre nos llevará hacia Dios. Si comprendemos esto, Jesús nos dice hoy: “no estás lejos del Reino de Dios”.

P. Mario Miguel Gutiérrez Cubas, S.J.

Mario Miguel Gutiérrez Cubas, SJ

Sacerdote Jesuita, actualmente Maestro de Novicios en Panamá. Realizó estudios de Filosofía en UCA Nicaragua, Teología en la UCA de El Salvador, y la especialización en Teología Dogmática y Fundamental en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid, España. El perdón es el rostro concreto del amor, lo reconstruye todo.