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Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! El evangelio de este domingo nos anuncia la mayor alegría del cristiano, Jesús no está en el sepulcro y su ausencia es el gran signo de su presencia. Todo el evangelio de este día está lleno de estos sacramentos ordinarios que invitan a creer y a renovar la esperanza.

Vale la pena escuchar muchas veces el relato y en cada oportunidad identificarnos con un personaje distinto. En María que va al sepulcro estando todavía oscuro, anuncia que el cuerpo de su Señor ha sido llevado y queda a la espera del encuentro de su vida (¡María… Rabbuni!). O en Pedro que vuelve a aparecer luego de aquellos días oscuros de negación, escucha lo que ha acontecido en la tumba y corre con todas sus fuerzas para entrar de primero al sepulcro, y ver e intentar interpretar lo que ahí sucedió: los lienzos y sudario están en el lugar adecuado, no hay caos ni signos de violencia. Están ahí, doblados y acomodados. Se acabó la noche de confusión y agresión. Es una escena de paz.

Y ahí, entre los personajes, también hay espacio para nosotros. Los llamados a ser el «discípulo amado», el relato abre lugar para ubicarnos también ahí. Para correr rápido, pero saber aguardar el momento justo para entrar en el sepulcro; para ver y creer, porque hasta entonces se comprenden las Escrituras.

La buena noticia de este domingo de Pascua, la mayor fiesta cristiana, es el paso de la oscuridad a la luz; de la noche oscura a la noche de la fe; del caos a la paz del resucitado; de vivir en la confusión y en el miedo, a habitar la vida viendo y creyendo.

Hoy Dios ha conquistado un derecho para todos y que por nadie puede ser arrebatado, el derecho a la esperanza. La confianza de que la muerte no tendrá la última palabra, que el victimario será reconciliado por el perdón de la víctima, que el caos de la violencia sacrificial ha sido vencido por la paz del inocente que no toma venganza, sino que se desborda como vida verdadera y plena para todos. Jesús ha resucitado y por su resurrección, Dios nos regala el derecho a esperar.

Dios Padre no se ha olvidado de su hijo, el grito desgarrador de la cruz no ha sido la última palabra de la salvación. El resucitado es el crucificado, Dios confirma la vida verdadera, vivir auténticamente es vivir como aquel que «pasó haciendo el bien, sanando a todos los oprimidos por el diablo». Donde Satán quiso idolatrar el egoísmo, Dios da vida a quien ha entregado la vida. Que esta vida de Jesús es la auténtica y la nueva forma de vivir, nos hace felices; y que haya ya tantas mujeres y hombres que corren y creen al sepulcro nos da esperanza. Jesús ha resucitado y su Evangelio es vida buena para todos.

P. José Javier Ramos Ordóñez, SJ

José Javier Ramos Ordoñez, SJ

Sacerdote jesuita, guatemalteco, de la Provincia de Centroamérica. Maestro en filosofía y ciencias sociales, ITESO. Doctorando en Teología Fundamental, Universidad Gregoriana. Resisto en el deseo de vivir al servicio del Evangelio, sueño con una comunidad cristiana de gestos y palabras consoladoras, tan misericordiosa como su Señor.