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En la vida litúrgica de la Iglesia, hoy celebramos el Domingo de Ramos: día en que Jesucristo hace la entrada triunfal a Jerusalén, donde es vitoreado y laureado por una multitud que le reconoce por sus llamativos milagros y porque les ha dado de comer, no así por ser el Mesías. Esta jornada festiva, donde el Hijo se hace cercano a la ciudad santa, contrasta con el texto del evangelio que se lee durante la misa de este día; de la euforia y alegría, se pasa a la entrega de la vida por amor, a la pasión de Cristo, entrega de amor.

En la Tercera Semana de los Ejercicios Espirituales, San Ignacio de Loyola propone realizar las meditaciones en torno a los misterios de la Pasión de Cristo. De hecho, se acerca a la “divinidad que se esconde” (Ejercicios Espirituales 196) con la intencionalidad de acompañar y sentir dolor con Cristo doliente; no obstante, no se trata solamente de un ejercicio de mortificación intimista -aunque incluya la meditación consciente y doliente- sino, de caminar junto al Hijo que entregará la vida hasta las últimas consecuencias por la salvación de toda la humanidad. En el Calvario toma sentido el seguimiento del Señor en lo cotidiano, se ama hasta el extremo dando la vida a cada instante, ¿será que nosotros asumimos lo cotidiano como camino de calvario que se entrega por amor?

Previo a la meditación de la Tercera Semana de los Ejercicios Espirituales, en la Segunda Semana se nos invita a meditar acerca de cómo deseamos seguir al Señor. En qué estado de vida y de qué modo deseamos profundamente seguir al Señor. Nosotros, enmarcados en la realidad de la Semana Santa, también podemos adentrarnos en la gratitud por sabernos hijos de un mismo Padre que nos ha favorecido con la vida, la cual debe aprovecharse sirviendo y amando a todos; en los tiempos que nos ha tocado vivir podemos ser testigos del amor de Cristo, llegando a donar la vida en la vocación particular que se viva. Dicha anotación es clave, porque la entrega del amor generoso nace de la conciencia de sabernos llamado a militar bajo el estandarte de la cruz, lo cual tiene consecuencias prácticas: no nos puede ir mejor que al Maestro.

Aunque puede ser posible que los excesivos razonamientos puedan conducir a encerrarnos en ideales individualizados, veamos a Cristo puesto en cruz y preguntémonos qué haríamos por Él (Ver Ejercicios Espirituales 53). Caminemos junto al Señor, asumiendo las realidades carentes del amor misericordioso e inmersas en la muerte, solo el amor salva. La Pasión de Cristo es el acto de amor más grande y generoso que hemos podido recibir, nos ha liberado y nos ha salvado. Por tanto, ¿está listo tu corazón para asumir el camino de cruz amando y sirviendo?

Afmo. en Cristo    

        P. Juan Gaitán S.J.

Juan Gaitán, SJ

Sacerdote jesuita, nicaragüense por gracia de Dios, de la Provincia de Centroamérica. Realizó estudios en Finanzas, Filosofía y Teología. Nuestra historia es compartida desde el amor misericordioso que el Señor nos dispensa; de allí que, agradecidos, amemos y sirvamos. Las Sagradas Escrituras y la vivencia de la Santa Misa nos fortalecen en la búsqueda de la mayor gloria divina.