- Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo – Ciclo B. Domingo, 02/junio/2024
- Marcos (14, 12-16. 22-26). Jesús consagra el vino y el pan en la Última Cena
«Mientras comían, tomó pan, y habiéndolo bendecido lo partió, se lo dio a ellos, y dijo: «Tomen, esto es Mi cuerpo». Y tomando una copa, después de dar gracias, se la dio a ellos, y todos bebieron de ella. Y les dijo: «Esto es Mi sangre del nuevo pacto, que es derramada por muchos».
Este domingo celebramos la Solemnidad del Cuerpo y la Sangre del Señor. Por ello, todas las lecturas que escucharemos hoy tienen en común la sangre y algún tipo de sacrificio. La primera pregunta que podemos hacernos es, ¿qué reacción nos producen estos textos?, ¿nos hemos acostumbrado —quizá con demasiada facilidad— a imaginarnos la sangre derramada o a escuchar a menudo la necesidad de asimilar el sacrificio en nuestras vidas? ¿Por qué dedicar una fiesta a la sangre del Señor? Quizá convenga, entonces, adentrarnos en el misterio de este Domingo.
La sangre en el mundo bíblico es la vida. Los antiguos hebreos imaginaban que el Espíritu-Aliento de Dios circulaba por la sangre. Era el elemento vitalizador de la creación. Derramar la sangre es derramar la vida. Bendecir con sangre es bendecir con el Espíritu-Aliento de Dios. Por eso Moisés bendice al pueblo con la sangre. Dios sella su alianza con el pueblo mediante el signo de la vida.
Pero cualquier sangre, sea humana o de animal, separada del cuerpo es sólo espíritu-aliento de vida, pero no es ya aquel ser vivo. Es vida, pero sin cuerpo no se sabe qué tipo de vida o de quién es la vida. Esta antropología semítica es la que está presente en la carta a los Hebreos. La alianza nueva está sellada no sólo con un tipo de sangre, sino con la sangre de un quién, de uno en concreto. Es el espíritu-aliento (sangre) de Jesucristo (cuerpo) lo que distingue al nuevo pueblo elegido.
Por ello, la buena noticia del Evangelio hoy es que Dios nos bendice con lo más sagrado qué él tiene, que es la vida; pero esta vida no es una vida anónima, es la vida que ha circulado por el cuerpo de Jesús. Por eso, la Última Cena es el compendio de todo lo que está narrado en los evangelios y de lo que vendrá al salir hacia el monte de los Olivos. El evangelio nos revela que la palabra definitiva de salvación de Dios es que nos alimentemos de la vida de Jesús y que bebamos el espíritu con que él ha vivido; y que lo hagamos juntos, en fiesta, en comunidad. La fiesta de hoy es que Dios nos ha bendecido con el cuerpo y la sangre de Jesús.
Fue ésta la motivación original del papa Urbano IV, cuando en agosto de 1264, con la bula Transiturus de hoc mundo, instituyó la fiesta que hoy celebramos, haciendo especial hincapié en el carácter banquete-memorial, para festejar que el Señor se dio como comida y como bebida: «El salvador se dio como alimento; quiso que, del mismo modo que el hombre había sido sepultado en la ruina por el alimento prohibido, volviera a vivir con el alimento bendecido […] porque de donde vino la muerte, también vino la vida. De la primera comida fue dicho: “El día en que de él comas morirás” (Gn 2,17); del segundo está escrito: “si alguno come de este pan vivirá eternamente” (Jn 6,51)». Se debe decir que la bula no es que no hable de la «presencia eucarística» y su adoración, pero está en un segundo plano. En el centro está la comunión, la fiesta fue pensada para recuperar la comunión de todo el pueblo de Dios. Comunión que es memorial del banquete, comida y bebida.
Que en este domingo resuenen, en nuestros pueblos y parroquias, las bombas de alegría y se adornen los caminos con bellas flores. Que la fiesta del Cuerpo y la Sangre del Señor nos recuerde la onda necesidad de comer y beber reconciliados y reconciliando; porque a Dios le duelen las mesas cerradas, las bombas que estallan y matan, y las mortuorias flores injustas. Solo hay un camino que Dios bendice, el de la vida. La única sangre que está bendita es la de la vida entregada.
Por P. José Javier Ramos Ordoñez, S.J.