Skip to main content

El evangelista san Lucas nos narra en este domingo la última aparición del Señor a sus discípulos, asimismo, su ascensión al cielo. Con la narración de este misterio, quiere el evangelista hacer el cierre de la hermosa misión histórica de Jesús, el Hijo de Dios. Su manifestación en la carne a su pueblo y en carne resucitada a sus amigos más cercanos, llega a su fin. Ahora quiere que los suyos tomen el protagonismo a través de la historia de los hombres, la semilla del Reino ha sido sembrada en sus corazones y debe ser esparcida por el mundo. Misión que le es encomendada a la Iglesia naciente y reunida por el Resucitado y les promete el Espíritu Santo que les acompañará. Me gustaría recalcar tres detalles de este relato:

Las apariciones del Señor como experiencia fundante en los inicios de la Iglesia

Lo que queda evidenciado es aquello que ya san Pablo en un momento dirá, si Cristo no ha resucitado vana es nuestra fe (cf. Cor 15,14). Pero los evangelistas mismos dejan entrever que la Iglesia misma no hubiera sido posible sin las apariciones del resucitado, el mensaje de Jesús está tan unido a él, que si no hubiera resucitado todo simplemente se hubiera diluido (cf. Walter Kasper). No era posible la Iglesia si el cuerpo de Jesús se descomponía en la tumba cercana al Gólgota.  No era posible si no se les aparecía vivo y pudieran tocarlo y comer con él nuevamente. En ese sentido, es innegable que el Señor es el verdadero fundador de la Iglesia y a ella le encomendará la misión de evangelizar.

El Señor sube al cielo, pero ha sido a través de un camino de abajamiento

En esta última aparición, Jesús les dice: “estaba escrito que el Mesías tenía que padecer y había de resucitar de entre los muertos al tercer día”. Jesús se convierte en Señor de todo lo creado por su misión de abajamiento, la encarnación misma ya es un abajamiento de Dios, y con mayor intensidad a través de su misión al lado de los pobres y pecadores, y su muerte cruenta en la cruz. Con su vida queda revelado, que el único camino para subir a Dios es el del abajamiento, el de la humildad, el de abrirse a la fe revelada en el Hijo de Dios abrazando su voluntad. Y un camino que se transita al lado de los pobres, los marginados, los pecadores, como única posibilidad de que todos quepamos en el misterio salvífico. No hay ascensión sin descendimiento, y un auténtico descendimiento asciende al hombre a las cumbres divinas inalcanzables sin la gracia de Dios. Jesús se va, pero nos ha dejado las huellas del camino al cielo, que transita por este mundo, no es un camino de espalda a este mundo, sino de cara a estas realidades terrenas.

El Señor se va, para dejar el protagonismo a la humanidad a través de la Iglesia.

Tal vez se nos ocurra pensar, que si el Señor no se hubiera marchado las conversiones serían más rápidas, porque todos lo veríamos como lo vieron los discípulos, y entonces no habría duda alguna en el misterio de la salvación. Pero la lógica divina es distinta, si se quedaba y se nos apareciera como a los discípulos entonces ya no lo seguiríamos por amor sino por temor, y el ser humano se experimentaría violentado en su libertad.  Dios tan respetuoso de la libertad de su criatura siempre apostará por el diálogo amoroso y nunca una imposición, y quiere que el ser humano haga también suyo el plan de la salvación, pero incluso le deja la posibilidad de rechazarlo. Desea que el ser humano, colabore con su proyecto divino, que Dios ha querido de igual manera que sea proyecto para su criatura. Porque lo verdaderamente humano es divino. Por tanto, la Iglesia es ese sacramento de salvación, que, siendo congregada por el Señor, ahora es llamada a congregar a todos los pueblos. Dios ha querido que sea la Iglesia la protagónica en la historia, pero acompañada por su Espíritu que la hace divina y la anima en su peregrinación a través de la historia.

Jesús se va, pero se queda a través del Espíritu Santo, no se desentiende, sigue ahora en la discreción, hasta aquel día en que se manifieste a todas las naciones y entonces despuntará el alba del nuevo día para la humanidad. Y se manifestará como dueño y Señor de la historia.

P. Mario Miguel Gutiérrez, S.J.

Mario Miguel Gutiérrez Cubas, SJ

Sacerdote Jesuita, actualmente Maestro de Novicios en Panamá. Realizó estudios de Filosofía en UCA Nicaragua, Teología en la UCA de El Salvador, y la especialización en Teología Dogmática y Fundamental en la Universidad Pontificia de Comillas en Madrid, España. El perdón es el rostro concreto del amor, lo reconstruye todo.