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  • Domingo XV del Tiempo Ordinario – Ciclo B. Domingo, 14/julio/2024
  • Marcos (6,7-13). Jesús envía a los Doce

«Saliendo los doce, predicaban que todos se arrepintieran. También echaban fuera muchos demonios, y ungían con aceite a muchos enfermos y los sanaban».

En los últimos domingos hemos acompañado a Jesús en su itinerario sanador. Fuimos testigos de cómo un poder salía de sí y se convertía en sanación y salvación para aquella mujer que había sufrido por doce años flujo de sangre. Y en las periferias de aquel relato, pudimos acompañar a Jairo en su camino de fe; Jesús lo invitó a no escuchar a los mensajeros de la muerte, sino a vivir con fe, lejos del temor. Esa fe encontró su plenitud en el despertar de aquella niña de doce años, en su paso de la muerte a la vida.

Habiendo atestiguado estos encuentros sanadores-salvadores, los discípulos de Jesús lo acompañan a su propia tierra, y en la sinagoga encuentran la contraparte de la fe de la mujer y de Jairo. La patria, los parientes y la propia casa, son incapaces de creer, porque anteponen sus verdades adquiridas sobre la Verdad que está siendo revelada frente a ellos. No son capaces de comprender que venir de la tierra no es un impedimento para venir del cielo. Y que el carpintero, el hijo de María, el hermano de Santiago y José, Judas y Simón, es también el hijo de la Sabiduría.

Durante los últimos domingos, pues, el centro del Evangelio ha sido la fe y la capacidad de reconocer el paso de Dios por la vida ordinaria, desde la enfermedad hasta la muerte, y desde lo conocido a la apertura del Misterio que todo lo llena. Es en este contexto desde el cual Jesús envía a los doce. Los envía a liberar y a sanar, como él mismo lo ha hecho con el hombre con un espíritu inmundo (5,2), con la mujer con flujo de sangre (5,29) o con la niña de doce años (5,42). Y les manda que su fe sea más fuerte que el temor, que no pongan su confianza en sus antiguas verdades y seguridades, como llevar bastón, pan, dinero u otra túnica. Que confién que van con el Espíritu de Dios, con su Sabiduría, y que por ello podrán dar palabras de Buena Nueva.

En este envío misionero, para quienes lo hemos escuchado, puede haber una treta, porque podríamos quedarnos con la advertencia de que si no se es recibido se han de sacudir las sandalias en gesto profético. Pero Jesús invita primero a algo más fundamental, entrar en la casa, y quedarse en ella… No hay palabra salvadora y sanadora sin este gesto primordial de comensalidad. Entrar y quedarse en una casa es abandonar los prejuicios de cómo debería ser aquel lugar y cómo debería vivirse ahí. Entrar es ser acogido y no juzgar, permitir que quien habita esa casa pueda experimentar y custodiar la Buena Noticia que a ella entra.

Antes de sacudir sandalias, es priotario dejarse lavar los pies de polvos acumulados por el camino. Quizá entrando en otras casas, en otras realidades, en espacios que tal vez consideramos “profanos” o “impuros”, descubramos nuevas relaciones, otras enfermedades y otras fuerzas sanadoras. La Buena Noticia de este domingo es que Jesús nos envía con su mismo Poder, que no es una potencia avasalladora, sino el don de sanar y curar, de anunciar un amor que no excluye y de hacerlo al estilo de él, entrando en las casas y compartiendo la casa, el espacio del otro.

La fe es siempre y primariamente relación; la doctrina sólo puede ser la formulación de una relación que nos precede. O en otras palabras, entremos y quedémonos en “casas” ajenas; la Verdad del Evangelio nos acompañará y quizá ya habite en aquel lugar, sólo esperando un encuentro sin prejuicios ni predispociciones. Diálogos y no monólogos, es la misión que Jesús confía hoy a quienes estamos llamados a ser sus discípulos.

Por P. José Javier Ramos Ordóñez, SJ

José Javier Ramos Ordoñez, SJ

Sacerdote jesuita, guatemalteco, de la Provincia de Centroamérica. Maestro en filosofía y ciencias sociales, ITESO. Doctorando en Teología Fundamental, Universidad Gregoriana. Resisto en el deseo de vivir al servicio del Evangelio, sueño con una comunidad cristiana de gestos y palabras consoladoras, tan misericordiosa como su Señor.