- Domingo de Pascua de la Resurrección del Señor – Ciclo B. Domingo, 31/marzo/2024
- Juan (20, 1-9). Jesús resucita entre los muertos
«El primer día de la semana María Magdalena fue temprano al sepulcro, cuando todavía estaba oscuro, y vio que la piedra ya había sido quitada del sepulcro. Entonces corrió y fue adonde estaban Simón Pedro y el otro discípulo a quien Jesús amaba»
Las mujeres y los niños en el tiempo de Jesús estaban relegados a una categoría social inferior a la de los hombres. En efecto, cuando se iba al templo, el espacio principal era para los hombres, mientras que en los patios secundarios se acomodaban las mujeres y los niños. En este Domingo de Pascua, el evangelista san Juan quiere rescatar el papel protagonista de las mujeres y los jóvenes en la naciente Iglesia. Las mujeres en el tiempo y cultura de Jesús eran testigos no creíbles o pocas de fiar. Sin embargo, la narración Juanea pone en boca de ellas el primer anuncio kerigmático con una simple formulación: “ha resucitado” o “el Señor ha resucitado”.
El evangelista centra la atención en el símbolo de la piedra que cierra la tumba. Además, agrega un detalle significativo, al decir que estaba removida. El susto mueve a María Magdalena a la casa de Pedro; no con el fin de comunicar una buena noticia, sino en busca de ayuda para localizar el cuerpo de Jesús. Muchas veces nosotros quedamos paralizados ante problemas que nos parecen invencibles, que nos doblan y resquebrajan el ánimo, nos apalean la fe.
Nuestros problemas nos parecen muros impenetrables. Recordemos que, por fe, por medio de Moisés, Dios hizo brotar agua de una roca para su pueblo sediento. También, por medio de Josué en la conquista de Jericó, esta ciudad quedó a merced de los israelitas. En suma, por imposible que pinte una vicisitud de la vida, tan inmensa que inclusive pareciera rebasar nuestra capacidad de soporte, la ayuda del Señor nos ayuda a ser capaces de remover las piedras más pesadas de nuestro corazón, para que no nos impidan vivir la compasión, la caridad y el acercamiento a los necesitados. Estas piedras son el egoísmo, la vanidad, entre otros.
Con las expresiones «correr» y «contemplar» usadas por el evangelista, comprendemos que unas discípulas y discípulos tímidos, que están temerosos y asustados, se transforman en personas valientes, arriesgadas y libres. No se preguntan qué encontrarán adentro de la tumba, saben que su Señor estará ahí. Sin embargo, encuentran la tumba vacía, los lienzos en el suelo y el sudario doblado, vieron y creyeron.
Dios siempre sale a nuestro encuentro, el da el primer paso y se nos adelanta. En nuestra vida debemos procurar tener una mirada bifocal, es decir, nunca debemos ser ciegos a la realidad que nos rodea, ni incapaces de levantar la vista para ver al Crucificado Resucitado y sentirnos alentados en nuestras luchas.
En consecuencia, la tumba vacía no es un acontecimiento que pretenda ser una pormenorización de historia, sino un puente que conduce a la dimensión de la fe. Ella es un útero donde germina una Iglesia naciente que llama a morir a unas prácticas esclavizantes, y muestra el sendero resplandeciente para aquellas personas que quieran seguir los pasos del Maestro.
También la tumba vacía es un nuevo paradigma no solo de fe, sino de humanidad. La tumba de Jesús no resume muerte, más bien está desbordada vida. Porque lo que ahí acontece, es en cierto modo la esperanza de la Resurrección de toda la humanidad. Ya lo decía Pablo: “Si Cristo no hubiera resucitado vana sería nuestra fe” (1 Cor 15, 14). Mientras que en la Virgen María, Dios toma carne humana, en el sepulcro, la humanidad toma rostro divino, o como lo expresa Juan Pablo II: “En Jesús vemos el rostro humano de Dios y el rostro divino del hombre”
Por P. Carlos Herrera Cano, S.J.