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  • Segundo domingo de Cuaresma – Ciclo C. Domingo 16 de marzo de 2025
  • Lucas 9, 28b-26

Cuando hablamos de la cuaresma, regularmente pensamos en sacrificios, abstinencias, privaciones, etcétera. Las lecturas de este domingo nos invitan a ver un poco más lejos y más alto: a la cima de una montaña, donde Jesús se transfigura delante de sus discípulos, recordándonos la promesa eterna de la alianza entre Dios y la humanidad. Jesús lleva a sus discípulos a la montaña. Pedro, Santiago y Juan viven ese momento de especial encuentro con el Dios de la alianza, el que se revela plenamente en Jesús y nos recuerda que siempre camina a nuestro lado.

Aquella experiencia, quedó grabada profundamente en la mente y el corazón de los discípulos. Seguramente fue la fuerza que los acompañó y que los animó más tarde, después de la resurrección, para reconocer la presencia del Señor en medio de ellos, para saber escuchar y discernir su voz en todo momento, para poder llevar adelante la misión y avanzar con fe haciendo vida los valores del Evangelio; “este es mi hijo, el elegido; escúchenle”, es la voz que animó aquella primera comunidad.

Cada uno de nosotros también hemos vivido  diferentes momentos de profunda intimidad con el Señor, en los que, transfigurándose delante de nosotros, nos ha abierto una nueva perspectiva en la vida, haciéndonos memoria de su presencia a nuestro lado y en la historia humana. Han sido esos momentos en los que hemos subido a la montaña con el Señor, y entonces hemos tenido certezas que nos han ayudado a tomar decisiones importantes, que nos han dado fuerzas en las dificultades y nos han sostenido en el dolor, que nos han iluminado con nueva luz.

La cuaresma es un tiempo para subir a la montaña con el Señor, traer a la memoria todos esos momentos con Él y dejarnos renovar para seguir avanzando con fe, en el camino de la vida, porque sabemos que Él va con nosotros.

P. Carlos López, S.J.

Carlos López, SJ

Sacerdote jesuita de la Provincia de Centroamérica. Realizo estudios en Teología Moral. Creo que el encuentro cotidiano con la Palabra de Dios es capaz de transformarnos y de orientar nuestras vidas. Es a partir de este encuentro y de la familiaridad con el Señor, que podremos adquirir los criterios para habitar cristianamente nuestro mundo. Esto es, vivir insertos en la realidad y en la historia, sin traicionar los valores fundamentales del Evangelio.