- Tercer Domingo de Pascua – Ciclo B. Domingo, 14/abril/2024
- Lucas (24, 35-48). Jesús Resucitado aparece nuevamente a sus discípulos
«¿Por qué están turbados, y por qué surgen dudas en sus corazones? Miren Mis manos y Mis pies, que Yo mismo soy; tóquenme y vean, porque un espíritu no tiene carne ni huesos como ustedes ven que Yo tengo».
En medio de un mundo donde todo queremos entender, acercarse a Jesucristo implica un salto de confianza, acogerse a la realidad divina, sabiéndonos abrazados desde nuestra limitada situación criatural. Ello no es razón para angustiarse, ni mucho menos dar todo por perdido; al contrario, es misión constante de apertura a la gratuidad de la salvación del Señor, llevada a cabo por el Hijo y actualizada constantemente por la acción del Espíritu Santo. ¿Te animas a adentrarte un poco más en esta aventura?
El relato del evangelio que meditamos para este día se sitúa ya casi al final del evangelio según san Lucas. La comunidad empezaba a dar muestras que el corazón ya no era el mismo: la muerte ya no les dominaba, estaban abiertos a la Vida, sí, con mayúscula: ahora todo tomaba sentido. ¡Jesús había resucitado!
San Ignacio de Loyola es conocido en nuestros tiempos como un peregrino, con sobrada razón; yendo desde Loyola, pasando por Barcelona, Jerusalén, Manresa, Venecia, París y llegando a Roma, supo acoger la presencia del Señor en su día a día. Los primeros discípulos de las comunidades cristianas también fueron encontrándose con el Resucitado, o quizás mejor dicho, fueron encontrados por el Crucificado ahora Resucitado. Se compartían entre ellos lo que experimentaban en el camino de la vida; incluso, cómo reconocían al Señor cuando partían el pan (Cf. Lc 24, 35).
En medio de la comunidad, que se acompaña incluso en las dudas razonables, el Señor se aparece y les expresa: “La paz con ustedes” (Lc 24, 36b). Llega para apacentar los corazones, para sanar lo que aun está herido por la desconfianza y los racionalismos excesivos. Dios es el Señor de la paz; en la espiritualidad ignaciana podríamos afirmar, que les consuela con su presencia. Les tranquiliza y acompaña.
Sin embargo, les nota inquietos, no terminan de dar crédito a tan maravilloso encuentro: “¿Por qué se alarman? ¿Por qué alberga dudas su mente?” (Lc 24, 38). El Señor se mostraba interesado en la situación que vivían; al igual que lo hace hoy con nosotros. La vida desde el Resucitado implica momentos en que el corazón se turba, pero que también encuentra consuelo en el Señor, en la experiencia de la vida amorosa que toma sentido en el servicio cotidiano. Vivimos como resucitados cuando abrimos el corazón al gran Amor que impulsa cada obra diaria.
Déjate abrazar por este misterio, fundamento clave de nuestra fe. Gusta internamente la compañía del Señor que nutre y fortalece en comunidad. Abre tu corazón al Amor que nos ha liberado. Abraza la paz que solo el Señor puede darte y ábrete a la vida que Él nos otorga.
Por P. Juan Gaitán, S.J.