- Séptimo domingo de tiempo ordinario – Ciclo C. Domingo 23/febrero/2025
- San Lucas 6, 27-38
Nos encontramos escuchando a Jesús, maestro de vida integral, en el “Discurso de la llanura” después de las Bienaventuranzas. Las palabras de Jesús responden a la pregunta sobre el comportamiento novedoso que refleja ser hija, hijo de Dios Padre-Madre de ternura y misericordia. Pero vivimos en una cultura donde el comportamiento se rige por el concepto de justicia que es pagar a cada uno según sus obras o como se pensaba en tiempos de Jesús con la “la ley del talión: ojo por ojo…”. Queriendo ser fieles a las enseñanzas de Jesús, nos preguntamos: ¿qué debemos hacer con nuestros enemigos, contra el opresor y el que nos ha causado algún daño?
Jesús se dirige a todo el que lo escucha: amen, hagan el bien, bendigan y recen por sus enemigos. Por otro lado, al que te golpee no respondas igual, al que te pida o te quite algo responde con generosidad. Todo esto parece desconcertante, lejos de una legítima defensa, parece “actitud de débiles”; la propuesta es muy radical.
La motivación que está detrás estos mandatos es doble: porque así imitan a su Padre que es siempre compasivo con “buenos y malos” (v. 36) y, porque de esta manera, superan a los enemigos que sólo buscan hacer daño, rompiendo así, la espiral de violencia (vv. 32-34. Esta nueva manera de relacionarnos con todos, se ve reflejada en la regla de oro del versículo 31: “Traten a los demás como quisieran ustedes ser tratados”. Hacer todo esto con los enemigos, traerá gran recompensa del Padre del cielo (v. 35).
Para cada persona, según su experiencia, esto representa un reto muy grande. Para Jesús, la persona se humaniza cuando es el amor, gratuito y libre, lo que está a la base de todo lo que hace. Quien permanece en el camino de humanidad hasta el final respeta la dignidad del enemigo, por muy desfigurada que se nos pueda presentar. No adopta ante él una postura excluyente de maldición, sino una actitud de bendición. Y es precisamente este amor, que alcanza a todos y busca realmente el bien de todos sin excepción, la aportación más humana que puede introducir en la sociedad el que se inspira en el Evangelio de Jesús.
Hay situaciones en las que este amor al enemigo parece imposible. Estamos demasiado heridos para poder perdonar. Necesitamos tiempo para recuperar la paz. Es el momento de recordar que también nosotros vivimos de la paciencia y el perdón de Dios. El perdón cristiano brota de una experiencia de encuentro con el Dios compasivo que nos ama incondicionalmente. El cristiano perdona porque se siente perdonado por Dios. Toda otra motivación es secundaria. Perdona quien sabe que vive del perdón de Dios.
El gesto sorprendente y muchas veces heroico del perdón nace de un amor gratuito. No depende de condiciones previas. No exige nada, no reclama nada. Si se perdona es por amor. Esto es lo que nuestro mundo necesita hoy.
P. Erick Hernández, S.J.