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  • Octava de Navidad – Domingo, 31/diciembre/2023
  • Juan (1, 1-18), Prólogo. El Verbo se hace carne.

«En el principio ya existía el Verbo, y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba en el principio con Dios. Todas las cosas fueron hechas por medio de Él, y sin Él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho».

El Evangelio según San Juan inicia con estos versículos que proclaman y cantan el acontecimiento grandioso de la Encarnación. Presentan la suprema teofanía divina llena de gracia y de verdad. Si alguien preguntará por la clave del Evangelio de San Juan, sin dudar, sería este prólogo.  

De los temas que abarca está Cristo como Verbo eterno y fuente de vida. De igual manera, y en tono dramático, anuncia la venida y aceptación de Cristo, sin ocultar el rechazo de parte de algunos. Este juego de palabras, aceptación y rechazo, nos incluye a todos en la historia de la Salvación y nos hace partícipes del Reino de Dios y de su Palabra Encarnada.

Esta encarnación produce frutos porque, en su generosa entrega, se nos regala la Palabra que habla al corazón. No es un discurso vacío ni mucho menos un himno cualquiera. En el prólogo el cielo y la tierra se tocan del mismo modo en que convive en nosotros la bondad y la maldad, el pecado y la santidad. Jesús es hijo de Dios, porque es verdadero Dios y hombre. Nada es ajeno a esta realidad y por ello se derrama sobre nosotros, su creación, para sanar nuestras enfermedades, curar nuestras heridas, secar nuestras lágrimas y levantarnos después de cada caída.

No debemos olvidar que al decir «habitó entre nosotros», se enfatiza una presencia permanente, constante y para siempre. La imagen adecuada sería la de una tienda de campaña que se instala en medio de un grupo de personas, sean creyentes o no, porque Dios se acerca a su pueblo para «habitar» entre ellos. Esta presencia permanente «entre nosotros» tiene de trasfondo la experiencia del Éxodo, en donde la gloria los acompaña siempre.

El prólogo, sus 18 versículos, más que un texto digno de estudiar, es una declaración de la voluntad salvífica. Así como Juan da testimonio de la Luz, permitamos que nuestras tinieblas desaparezcan y que nuestros pasos caminen por los senderos correctos. La Luz vino pero no todos la reconocieron, porque para aceptar la justicia y la bondad, primero debemos dejarnos ver ante Dios tal y como somos, con nuestras virtudes y pecados.

La gloria de Dios habita entre nosotros, cerca de nosotros, porque no le da miedo ver nuestras injusticias, esas que provocan sufrimiento y muerte. Se acerca a nosotros, habita en medio de nosotros, para que lo reconozcamos y permitamos que su Luz ilumine y transforme nuestra mente y corazón.

Permitamos que nuestras manos y nuestra voz sean un reflejo de la voluntad salvífica del Padre, manifestando por medio de nuestras acciones y palabras la bondad original de nuestra creación.

Por P. Francisco Díaz, SJ

Francisco Díaz, SJ

Sacerdote Jesuita, guatemalteco, con estudios en Comunicación Social, Filosofía y Teología Bíblica. Estoy convencido de la urgente necesidad de promover espacios de encuentro entre el Creador y sus creaturas, entre el Maestro y los discípulos. Para lograrlo, leer y reflexionar el Evangelio es un primer paso fundamental para conocer a nuestro Señor; Camino, Verdad y Vida.