Skip to main content
  • Domingo XII del Tiempo Ordinario – Ciclo B. Domingo, 23/junio/2024
  • Marcos (4, 35-40). Jesús calma la tempestad

Jesús se levantó, reprendió al viento y dijo al mar: «¡Cálmate, sosiégate!». Y el viento cesó, y sobrevino una gran calma. Entonces les dijo: «¿Por qué están atemorizados? ¿Cómo no tienen fe?»

En los avatares cotidianos de nuestras vidas, la realidad histórica es el lago sobre el que navega nuestra existencia personal, social y eclesial. Los problemas parecen a veces hacernos zozobrar. Nos desconciertan y nos hacen gritar también como los discípulos en el pasaje del Evangelio de hoy: “Maestro, ¿no te importa que nos hundamos?

Las experiencias de vida, con las que vamos remando continuamente, son una amalgama de sentimientos y sensaciones, sumando temores e inseguridades. Pensamos que Jesús duerme placenteramente, sin escuchar nuestras suplicas de socorro y auxilio.

La barca de nuestra existencia fue azotada recientemente por el viento fuerte de la pandemia Covid-19. Fue algo trágico. Un pensador dijo en esta misma línea que “todas nuestras confortables inmanencias se derrumbaron”. Fue tan rápido y sorpresivo. El miedo nos paralizó. De cierto modo, sus secuelas todavía perviven en nuestra praxis cotidiana.

Comprobamos que nuestras seguridades son efímeras. Se tambalearon y cayeron como un castillo de naipe. Experimentamos el desvalimiento total. Algunos gemimos en oración repitiendo con el salmo 107, 10: «Moradores de tinieblas y de sombra de muerte, prisioneros en miseria y en cadenas». Así nos sentíamos, mientras nos preguntábamos insistentemente: «¿Por qué duerme el maestro?».

Más recientemente soplan vientos fuertes de confrontaciones bélicas. La guerra de Israel con sus vecinos, más la guerra entre Ucrania y Rusia. En nuestro contexto, también nos afecta la cada vez más descarada corrupción en todos los niveles, y el narcotráfico que tiene de rodillas a las personas, muchas veces porque se mueven con total complicidad de los gobiernos. Las prácticas de todos estos grupos son crueles. Nos habita la sensación de la inseguridad.

Los fracasos, los desamores, las soledades amargas, son también parte de esta mar de fondo que encrespa las olas sobre las que avanza la barquichuela de nuestra vida. En una sociedad que enseña a ser exitoso lo contrario es un revés. Hace unos años, el Padre General Adolfo Nicolas, S.J., nos decía en su visita a la provincia de Centroamérica que “también hay que celebrar los fracasos”.

En medio de todo ello, de los temores que éstas y otras realidades nos puedan generar, ¡la palabra del Señor cobra tanta fuerza! «Por qué son tan cobardes? ¿Aún no tienen fe?». Es una invitación clara a despojarnos de una fe infantil y forjar una fe adulta.

Por tanto, sigamos manteniendo viva la confianza en el Señor. Siempre. También cuando la vida se nos hace más difícil. Ciertamente la dificultad es el crisol de la fe. Muchas veces la creatividad florece en la limitación. El Señor puede calmar todos los vientos, pero espera que nosotros pongamos nuestro granito de arena para retornar a la calma y la paz.

Por P. Carlos Herrera Cano, S.J.

Carlos Herrera Cano, SJ

Sacerdote jesuita, guatemalteco, de la provincia de Centroamérica. Maestría en teología latinoamericana, UCA, El Salvador. Comparto con Jon Sobrino, S.J., que "fuera de los pobres no hay salvación", las masas empobrecidas son un lugar de encuentro con el Señor.