- Quinto domingo de Cuaresma – Ciclo C. Domingo 6 de abril de 2025
- San Juan 8, 1-11
Estamos a las puertas de la Semana Santa 2025. El pasaje evangélico subraya desde ya la misericordia de Dios, que nunca condena, más bien busca perdonar y salvar a toda persona que se acerque con un corazón contrito, también nos da profundas lecciones y enseñanzas sobre el juicio y el perdón.
Comienza esta pericopa, destacando dos actitudes importantes en Jesús, a saber; la oración y la enseñanza. Constantemente le encontramos en el evangelio haciendo oración, dándonos ejemplo que la comunicación con nuestro Aba tiene que ser constante, en todo momento y circunstancias de la vida. Se sentaba a enseñarles, para transformar las vidas es necesario seguir procesos, tomarse un buen tiempo. Sentarse en ponerse al nivel del que escucha, nosotros muchas veces preferimos enseñar de pie, dando a entender que estamos por arriba de todos y todas. Jesús nos enseña que todos somos discípulos del Padre, siempre debemos estar a sus pies, por eso entre nosotros nadie debería tenerse como superior.
Podemos reflexionar sobre la actitud de los fariseos. Ellos traen a la mujer no solo para acusarla, sino también para intentar atrapar a Jesús en un dilema. Esto nos invita a cuestionar nuestras propias actitudes: ¿cuántas veces nos encontramos en la posición de juzgar a otros sin mirar nuestras propias faltas? Jesús, al ver la situación, no se deja llevar por la presión del momento. En lugar de condenar, se agacha y escribe en la tierra, lo que nos muestra que a veces es necesario tomar un momento de pausa y reflexión antes de actuar. Vemos a una mujer indefensa enfrentada sola a la ignominia de la mentira y de la falsedad. ¿Dónde esta el hombre con la que la sorprendieron en adulterio? Quizás ahí entre la turba que la acusaba, la ley de Moises mandaba lapidar a la pareja no sólo a la mujer. La justicia muchas veces castiga únicamente a los y las débiles e indefensas, por eso nosotros como iglesia siempre debemos estar del lado de las victimas inocentes.
La respuesta de Jesús es poderosa: «El que de vosotros esté sin pecado, sea el primero en arrojar la piedra». Con esta afirmación, nos recuerda que todos somos imperfectos y que el juicio debe ser acompañado de humildad y autoconocimiento. En un mundo donde a menudo se señala con el dedo, este mensaje es un llamado a la compasión y a la empatía. Pero por muy simple que sea nuestro pecado todos queremos perdón y misericordia. Los grandes pecados también piden misericordia, y desde luego, ningún pecado ante Dios exige la muerte.
Finalmente, cuando todos se han ido, Jesús se dirige a la mujer y le dice: «Ni yo te condeno; vete y no peques más». Aquí encontramos la esencia del perdón: no solo se trata de liberar a alguien de la culpa, sino también de ofrecer una nueva oportunidad para cambiar y crecer. Jesús no ignora el pecado, pero su enfoque es la restauración y la esperanza.
En nuestra vida diaria, este pasaje nos invita a ser más comprensivos y menos críticos. Nos anima a ofrecer perdón a quienes nos rodean y a recordar que todos estamos en un camino de aprendizaje y transformación. Al igual que la mujer, cada uno de nosotros tiene la oportunidad de levantarse y seguir adelante, con la certeza de que el amor y la misericordia de Dios siempre están disponibles para nosotros y nosotras.
P. Carlos Herrera Cano, S.J.