- Segundo Domingo de Cuaresma – Ciclo B. Domingo, 25/febrero/2024
- Marcos (9, 2-10), La Transfiguración de Jesús
Entonces se formó una nube que los cubrió, y una voz salió de la nube: «Este es Mi Hijo amado; oigan a Él». Y enseguida miraron en derredor, pero ya no vieron a nadie con ellos, sino a Jesús solo.
Los discípulos acompañan a Jesús en sus actividad pública. Lo ven curar, sanar, expulsar espíritus inmundos, ser aclamado y calumniado. Con la transfiguración —colocado estratégicamente en la mitad del Evangelio de Marcos—, Pedro, Santiago y Juan tienen la oportunidad de conocer a su Maestro en el momento de mayor gloria. Las vestiduras resplandecientes y la presencia de Elías y Moisés, exponen que Cristo es esa luz que abraza todo lo creado, recordando la luz teofánica en el Génesis (1,3), la zarza ardiente y la columna de fuego del Éxodo (3,14; 34,29).
Pedro expresa con emoción: «Maestro, ¡qué bien estamos aquí! Hagamos tres carpas». Lo que Pedro desconoce, es que Jesús piensa distinto, porque los momentos de gloria y de resplandor están en función del proyecto del Reino de Dios. Si Pedro y los discípulos pretendían disfrutar ese evento magnífico de la transfiguración, al «bajar del monte» encuentran discusiones entre los discípulos y los letrados, y a un padre preocupado porque un espíritu inmundo atormentaba a su hijo (Mc 9,14-29).
La transfiguración, visto con el relato que le sigue, es invitación a ponerse en camino. Por ello bajan del monte, porque la cotidianidad de nuestra vida necesita ser iluminada, curada, redimida y renovada en Cristo. Esta imagen de «bajar del monte», nos invita a considerar que nuestra labor como Iglesia tiene esa doble dimensión profundamente unida. Contemplamos la gloria de Dios para llevarla a los desilusionados. Mostramos la luz de Cristo para que ilumine a quienes caminan en tinieblas. Bajamos de los momentos gloriosos para irradiar nuestra fe y encender en otros corazones el fuego de la caridad.
En la transfiguración se manifiesta la gloria de Dios, mostrando a Cristo como esa presencia que sana y libera. Vivir transfigurados exige vivir nuestra cotidianidad confiando en el Hijo, escuchando al Padre. La voz del cielo que anuncia al Hijo amado quiere hablar a nuestros corazones. Se nos pide escucharlo, y al hacerlo, nos pondremos en camino para predicar la esperanza, reconciliar y sanar nuestra humanidad.
Por P. Francisco Díaz, S.J.
Fotografía de cabecera: Transfiguración de Cristo, de Luca Giordano.