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  • Primer domingo de Cuaresma – Ciclo C. Domingo 9 de marzo de 2025
  • Lucas 4, 1 – 13

Todas las tentaciones que recibimos en la vida deben ser leídas, comprendidas y tratadas en función de si la invitación que experimento me ayuda a hacer realidad o no la misión que he recibido o aquello para lo que fui creado. En función de si me ayuda o no a seguir el impulso vital que me anima internamente a crecer, a ser más humano, más auténtico y a trabajar para cumplir los deseos más profundos y a hacer el bien; eso a lo que nos anima el Espíritu de Dios en lo más íntimo del corazón. En pocas palabras, toda tentación del mal espíritu buscará alejarnos de nuestro principio y fundamento.

Si te fijas, las tentaciones experimentadas por Jesús no son propiamente de orden moral. Son planteamientos en los que se le proponen maneras falsas de entender y vivir su misión para que deje de trabajar en aquello que lo mueve internamente que es cumplir con la voluntad del Padre. Los deseos más profundos de su corazón lo mueven a buscar que todas las personas tengan vida abundante y que entiendan que Dios es un Padre bueno que nos ama a todos por igual y que quiere liberar a la persona de todo mal y sufrimiento. En ese sentido, las reacciones que Jesús tiene ante esas invitaciones del mal espíritu sirven de alerta para no desviarse y mantenerse firme en esa misión que Él nos ha confiado a cada uno de sus seguidores.

Primero, renuncia a usar a Dios para convertir unas piedras en pan para saciar su propia hambre. Jesús no cae en la tentación de vivir buscando su propio interés, de usar a Dios de manera egoísta. Solo multiplicará los panes para alimentar el hambre de la gente. Está consciente de que el centro de su vida y su misión es la humanidad y la necesidad de la otra persona no su bienestar particular.

Segundo, renuncia a obtener poder y gloria a condición de someterse, como todos los poderosos, a los abusos, mentiras e injusticias propias de cualquier régimen opresor. Jesús tiene claridad y conciencia de que el Reino de Dios no se impone, sino que se ofrece con amor. No cae en la tentación de pasar por encima de la libertad de la otra persona para obligarla a acoger la invitación que Dios le hace. Tercero, renuncia a cumplir su misión recurriendo al éxito fácil y la presunción. Jesús no cae en la tentación de poner a Dios al servicio de la vanagloria ni de perder su autenticidad que lo mueve a siempre estar entre los suyos como el que sirve.

Como ves, este relato tomado del evangelio de Lucas nos hace comprender que caer en la tentación del mal espíritu significa, más allá de una cuestión moral, elegir acciones que objetivamente nos alejan de todo aquello que nos cimienta en el amor, de lo que nos construye, de lo que nos anima a crecer, a ser mejores personas, a poner nuestros talentos al servicio de los demás, de la cimentación de relaciones intrínsecas con la naturaleza, con Dios y con las demás personas y de comprometernos en la construcción de lo que es justo, bueno y hermoso.

La invitación, entonces, es a abrir los ojos, tomar conciencia de sí, discernir las insinuaciones que quieren hacer nido en tu corazón y elegir siempre lo mejor, lo que más ayude para alcanzar el fin para el que has sido creado.

P. Daywing Duarte, S.J.