- Domingo 34º del Tiempo Ordinario – Ciclo A. Domingo 26/noviembre/23
- Mateo (25,31-46), Día del Juicio.
«Porque tuve hambre, y ustedes me dieron de comer; tuve sed, y me dieron de beber; fui extranjero, y me recibieron; estaba desnudo, y me vistieron; enfermo, y me visitaron; en la cárcel, y vinieron a Mí»
Con el evangelio de este domingo, así, de forma impactante y reveladora concluimos nuestro año litúrgico. También Mateo culmina aquí la enseñanza de Jesús: lo que hicieron con los pequeños, me lo hicieron a mí. Mateo contará luego la pasión, la muerte y la resurrección de Jesús; pero quien lee y escucha esos pasajes no puede olvidar que la Pascua es la continuación coherente de la vida de un hombre que alimentó a los hambrientos, acogió a los extranjeros y visitó a los enfermos. El juicio final está íntimamente ligado con la enseñanza y la vida de Jesús.
Pero Mateo quiere recordarnos hoy algo también importante para los que queramos ponernos a seguir a Jesús. El verdadero camino de la salvación está en asistir, auxiliar y en servir a quien en aquel momento necesitaba de alguien que lo viera humanamente. Los justos son benditos del Padre no porque hicieron obras buenas para ser recompensados; éstos con sus acciones solo pensaban en los demás, en los necesitados. Los benditos son capaces de relacionarse con los pequeños de la historia como realidades absolutas, les hacen el bien no porque sean “imágenes” del Señor, sino que obran bien con ellos porque lo que quieren es saciar el hambre de María, asistir en la enfermedad a Isabel o vestir la desnudez de José. Las necesidades de los pequeños son siempre nombres y rostros concretos; nunca nadie es una oportunidad para cumplir un mandamiento; cada necesidad y pena es siempre la necesidad y pena de un hombre y una mujer concretos.
El juicio final es una buena noticia —es un evangelio— porque nos revela que al tratar a los demás como absolutos, y no como objetos, entonces estamos asistiendo y relacionándonos con la realidad más Absoluta. Nos estamos encontrando con Dios. Y es eso, precisamente, lo que sorprende a los “benditos”: ¿Cuándo te asistimos? Y es, de igual forma, lo que revela la ceguera de los “malditos”: Señor, ¿cuándo te vimos…?
Dios discierne nuestras vidas desde nuestras relaciones personales. El evangelio abre aquí una puerta grande de salvación. Socorrer las necesidades y acompañar los sufrimientos es en sí mismo un camino de bendición. Vale la pena gastar la vida así, no para merecer la herencia, sino para aligerar las vidas de los que sufren. La gracia que Dios da a todo esto es que él transforma estas acciones humanizadoras, en un camino de salvación. Hacer el bien es camino a Dios.
Por P. José Javier Ramos Ordóñez, SJ