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En este tercer domingo del Tiempo de Pascua, escuchamos el capítulo 21 de san Juan, una catequesis en la que están presente varios elementos propios de la teología de este evangelista. El relato está dividido en dos episodios, el primero, la pesca milagrosa animada por el “Amigo” que se acercó a la orilla del lago y, el segundo, la triple confesión de amor Pedro hace a la persona de Jesús y que deriva en una misión.

La pesca milagrosa

Todo comienza con la iniciativa de Simón Pedro que decide ir a pescar, se le unen también los otros discípulos. San Juan afirma que este trabajo se hace de noche y que resulta infructuoso, la noche es ausencia de luz, es decir, sin la presencia de Jesús resucitado, sin su palabra orientadora y aliento de vida, no hay evangelización fecunda.

Al amanecer, a la orilla del mar de Galilea, ciudad donde comenzó todo, Jesús se presenta como el amigo que se da cuenta de su situación y los anima a echar las redes una vez más. Es el discípulo amado quien se da cuenta que tal fecundidad sólo puede venir de Jesús resucitado, pues, hasta ese momento no lo reconocían.

Los cristianos de todos los tiempos nos hemos preguntado ¿cuál es la mejor forma de seguir a Jesús?, ¿cómo “mantenemos” a las personas en la iglesia?, ¿cómo motivamos el compromiso?… Llenamos nuestras comunidades de proyectos, diversas actividades, documentos sin fin, nuevas iniciativas cada vez que se reúne el equipo guía… Lo cierto es que hay poca respuesta, sobrecarga de compromisos en unos pocos, indiferencia, hay muchas críticas sin propuestas, desánimo y apatía; y ¿qué decir de las luchas contra las injusticias, la violencia y la exclusión?, ¿dónde queda la atención a los pobres y débiles?

Necesitamos hacer un alto y volver a escuchar a Jesús que nos invita a colaborar con él en esta tarea del Reino del Padre, no con muchas actividades y doctrinas, sino con calidad humana, con gestos concretos de fraternidad al estilo de Jesús, el Buen samaritano.

Y tú, ¿me amas?

Después de comer juntos, en un silencio contemplativo de los discípulos viendo al Maestro resucitado, Jesús pregunta 3 veces a Pedro si lo ama. Hay un detalle curioso: en las primeras dos veces que Jesús le pregunta a Pedro, usa el verbo agapáo (amor gratuito); en la tercera, usa el verbo philéo (amor de amistad). La experiencia del amor es central en el evangelio de Juan. Los términos “ovejas” y “corderos” quieren expresar la totalidad del rebaño. Esa confesión de amor, que trasciende la triple negación en momento de debilidad, deriva en la misión encomendada, el Maestro confía a Pedro a su rebaño, él lo tendrá que alimentar (dar vida) y dirigir (transmitir la luz que es Jesús).

Las preguntas del Resucitado que dirige a Pedro, nos recuerdan a todos que la vitalidad de la fe no es un asunto de comprensión intelectual, sino de amor a Jesucristo. Ser cristiano se trata de amar gratuitamente, implica ver la realidad con lucidez y servir allí donde hace falta.

Amamos realmente a Jesús, cuando experimentamos que él se va convirtiendo en el centro de nuestro pensar, nuestro querer y todo nuestro vivir; su amor nos viene a liberarnos de nuestras tendencias egocéntricas y a transformar nuestra mirada de la realidad. Es el amor auténtico a la persona de Jesús, el que despierta en nosotros la esperanza, la confianza y el ánimo para seguir caminando de la mano con otros, nuestros hermanos.

Renovemos este domingo nuestro amor a la persona de Jesús y escuchemos su llamado a colaborar con él en su misión.

P. Erick Hernández, S.J.

Erick Hernández, SJ

Sacerdote jesuita salvadoreño, psicólogo. Actualmente coordina el Sector de Espiritualidad de la Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús. También trabaja en una parroquia en la costa norte de Honduras.