«¿Cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos? ¿Cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?” Mt. 25, 38-39
Escribo desde el albergue para migrantes de Frontera Comalapa, México. Aquí, diariamente, observo el paso de decenas de migrantes centroamericanos cuyas motivaciones son, en su mayoría, similares: la aspiración de construir un presente y futuro dignos, una meta que parece casi inalcanzable en sus países de origen. Pero, ¿qué sostiene esa esperanza en medio de un trayecto marcado por dificultades y una vulnerabilidad extrema?
Sin embargo, a pesar de los desafíos inherentes a la migración forzada, la esperanza puede florecer a medida que emerge la solidaridad generosa y la compañía con aquellos que más sufren y han sido marginados por la historia. Este testimonio es semejante al ejemplo de los Mártires de la UCA, a quienes recordamos cada noviembre desde hace 34 años.
En un mundo marcado por situaciones complejas de pobreza y violencia que a veces parecen insuperables, se hace imperativo apostar por un cambio que alivie el sufrimiento de quienes más padecen. Esta apuesta, según nos enseñaron los Mártires de la UCA, debe arrancar desde un encuentro personal con aquellos que experimentan en carne propia la tragedia. Para abordar problemáticas como la migración, debemos comenzar acercándonos a la realidad de las personas migrantes y refugiadas.
El padre Ignacio Ellacuría, SJ, nos insta a comprender que caminar junto a quienes sufren no solo nos abre a la empatía, sino que nos compromete con su defensa y liberación. En su libro Escritos teológicos: tomo II, él aboga por la defensa y liberación de las mayorías populares ante diversas formas de dominación. No obstante, también destaca la existencia de «signos de los tiempos» en esa misma realidad, es decir, manifestaciones a través de las cuales Dios también se hace presente. Sin embargo, la interpretación de esa realidad y de esos signos requiere del ejercicio y la gracia del discernimiento, según plantea el teólogo Juan Pablo Espinosa Arce: «los signos de los tiempos y su discernimiento representan un esfuerzo para cumplir la misión que la Iglesia tiene de servir al ser humano».
Acompañar a migrantes según el Papa Francisco
Esta tarea de acompañar a quienes sufren, comprendiendo su realidad y buscando los signos de Dios, implica un orden de prioridades, según lo expone el padre José Luis González, SJ, en su libro Acompañar migrantes según el Papa Francisco. González sostiene que aunque mucha gente pueda necesitar ayuda, hay quienes dependen completamente de esa asistencia. La efectividad de esta ayuda será mayor cuanto más cercana sea, es decir, el acompañamiento a migrantes no se reduce simplemente a proporcionar asesoría legal o técnica, sino que implica disponer el corazón a la compasión y la misericordia.
En el albergue para migrantes desde el cual escribo, iniciamos nuestra ayuda brindando alimentos, ropas, asistencia jurídica y psicológica, pero con la conciencia de que todo esto no es suficiente, como señala san Pablo: «de nada sirve si no tengo amor». En otras palabras, debemos ser capaces de reconocer la presencia de Jesús en cada persona a la que atendemos.
El padre José Luis añade que el compromiso con los migrantes no se limita a la atención inmediata, sino que implica la lucha contra las estructuras y dinámicas que obligan a las personas a abandonar sus tierras y hogares. Estamos llamados no solo a realizar obras de misericordia a favor de los migrantes, sino también a trabajar por la erradicación de las causas de los desplazamientos. En este sentido, así como asegura Comisión Pastoral de Migrantes y Movilidad Urbana, «la migración representa un desafío para las sociedades, los gobiernos y los cristianos, porque la mayoría son forzados y tienen su origen en la violencia».
Acompañar, entonces, implica sumergirse en una realidad de sufrimiento, pero también de esperanza, la misma que los propios migrantes abrazan y llevan consigo, ya que en ellos se hace evidente el acto de «dejarse llevar por los crucificados: por sus esperanzas y alegrías, por la gracia de Dios que comunican», señala el padre José Luis. La proximidad a las personas migrantes y refugiadas no solo me ha permitido comprender el dolor y los sufrimientos que enfrentan, sino también cómo Dios se regocija con ellos cuando la generosidad de las personas alivia sus necesidades.
Los descartados del mundo actual, constitución de los rasgos de Jesús
La realidad de las personas migrantes nos revela la complejidad de la condición humana, que conlleva pobreza, violencia e injusticia, pero también nos muestra nuestra capacidad intrínseca para la generosidad desinteresada y el compromiso sincero. Esto se debe a que, al reconocer que los demás son una extensión de nosotros mismos, damos inicio al camino de la solidaridad, el cuidado mutuo, la escucha activa y la integración recíproca, construyendo un «nosotros» cada vez más amplio. Así, ayudamos en la creación de un futuro en el que los migrantes y refugiados tengan las condiciones adecuadas en sus países de origen, permitiéndoles elegir con libertad entre migrar o permanecer.
La lección de reconocernos en los demás, incluso en el contexto social y político actual, fue también evidente en la experiencia de los Mártires de la UCA. Es posible que esta conexión haya sido la razón por la cual asumieron la responsabilidad y el compromiso que finalmente los llevó al martirio.
En conclusión, es crucial destacar que, a la luz del testimonio de los Mártires de la UCA, el acto de caminar junto a aquellos que son marginados en el mundo, en la actualidad encarnados en los migrantes y refugiados, tiene el poder de transformar nuestro corazón inicialmente indiferente en uno lleno de compasión. Este cambio nos obliga, a su vez, a comprometernos con la transformación de las estructuras que obstaculizan la posibilidad de una vida digna para todas las personas.
Por Fredy Díaz, SJ