Pasado el sábado, al aclarar el primer día de la semana, fueron María Magdalena y la otra María a visitar el sepulcro. El Ángel dijo a las mujeres: “Ustedes no tienen por qué temer. Yo sé que buscan a Jesús, que fue crucificado”. No está aquí, pues ha resucitado, tal como lo había anunciado. Vengan a ver el lugar donde lo habían puesto. Jesús les dijo: “No tengan miedo. Vayan ahora y digan a mis hermanos que se dirijan a Galilea. Allí me verán» (Mt 28,1.5-6.10).
Con el pasaje de la resurrección, nos queda claro que ¡Dios siempre camina con su pueblo! En el principio, Dios no solo creó todas las cosas y se quedó tranquilamente viendo el desempeño de los seres humanos en el mundo. Al contrario, Dios se empeña solidariamente en seguir a lado de los desolados y sin esperanza. He aquí el significado de la Pascua: nótese muy bien cómo Jesús no se aleja, sino que sale al encuentro para dar paz, especialmente cuando el motor de nuestra existencia parece apagarse.
La Pascua permanente en la historia de la humanidad
La Pascua ha sido siempre un acontecimiento novedoso de salvación. En el Antiguo Testamento, Dios ve la aflicción de su pueblo en Egipto y escucha su clamor en presencia de sus opresores. Por eso, Dios baja para liberarlos y subirlos a una tierra buena y espaciosa donde mana leche y miel.
Ante el sufrimiento del pueblo de Israel, Dios se muestra como una madre con amor misericordioso y lo libera con urgencia de parto, le urge dar a luz a su pueblo y conducirlo a una vida nueva. Al igual que una madre que da a luz a su criatura y le ayuda a caminar y que además la alimenta, Dios acompaña a su pueblo, le enseña a caminar y también lo alimenta mientras avanza hacia la Tierra Prometida.
El paso de Dios en el Antiguo Testamento marca significativamente la historia del pueblo de Israel: se compadece de este y lo abraza con ternura, a pesar de la rebeldía y murmuraciones contra Moisés. Dios es siempre fiel y solidario por amor. Su sólida compasión no cambia con el tiempo y revoluciona la manera de amor que las nuevas modernidades imponen solamente como formas efímeras y líquidas. Estas maneras de amor también las revoluciona Jesús en la Encarnación.
La Pascua en el Nuevo Testamento
En el Nuevo Testamento, en medio del caos de la humanidad, Jesús se encarna a través de María con la intención de seguir acompañando a los marginados y desfavorecidos de la historia. Jesús es la secuencia del paso de Yahveh en el mundo y es la esperanza inagotable que guía y acompaña a los pueblos en general.
El paso de Jesús en la Historia es el acto referencial de salvación que resignifica la compasión y la vuelve un amor universalizable que nos despliega de cualquier ideología política y religiosa. Es un amor que nos hace libres, no de una manera forzada, sino desde un modo particular de caridad que nace de la solidaridad. Esta caridad implica entrega total por las realidades donde la esperanza y la gracia parece esconderse.
Al considerar que Dios siempre ha estado presente en la historia de la humanidad, de que Yahveh se mostró compasivo con el pueblo de Israel en el Antiguo Testamento y de que Jesús también se muestra solidario con el mundo en el Nuevo Testamento, es claro que la Pascua significa la máxima esperanza que los pueblos necesitan más que nunca para seguir luchando por un mundo solidario, especialmente en una sociedad donde lo que predomina es el individualismo y el egoísmo que priva el establecimiento de la Buena Nueva de justicia para todos y todas.
Por otro lado, la Pascua significa el replanteamiento de la fe en aras a un modo de entrega por las necesidades de los demás. Esto implica una vivencia que se rija por la caridad de espíritu libre y de sensibilidad humana. En consecuencia, podemos ser capaces de desvelarnos por un mundo más fraterno.
Por Fredy Díaz, S.J.