Al observar la naturaleza de los discursos en nuestra sociedad, me doy cuenta de que no buscan desvelar la verdad; por el contrario, son discursos que la esconden, que la manipulan, que pueden llegar a estar envueltos en mentiras. No pretendo romantizar los discursos de la antigüedad ni mirar con nostalgia los del pasado, pues muchos de ellos tenían esta misma característica. Lo que me preocupa no son los discursos en sí, sino el modo en que la sociedad los acoge.
Parecemos ser la sociedad del espectáculo, del drama, de la sin razón, del placer instantáneo, del discurso bonito. En este escenario, los discursos actuales tienen gran éxito por una razón sencilla: se han encontrado con individuos que no buscan lo verdadero, que no diferencian entre disfrutar del drama y darse cuenta de que es un drama, que consideran verdadero un discurso solo porque está bonito o porque mueve los sentimientos. No se trata entonces de preguntarnos si es verdadero o no; se trata de sentir bonito. No estoy en contra de sentir bonito, pero quiero mostrar un detalle preocupante: hemos perdido la capacidad de medir las consecuencias de los discursos, hemos perdido la capacidad de cuestionarlos.
Somos bombardeados por tantos discursos que resulta imposible detenerse a valorar el impacto que están ocasionando en nuestras vidas. Son discursos que se nos venden como verdaderos y que, en el fondo, son de manipulación, de chantaje, que buscan impregnar en nosotros el objetivo del emisor. Es algo que le conviene al capitalismo, a los gobiernos populistas, a ciertos grupos religiosos: aceptar todo sin una pizca de cuestionamiento, sin preguntarnos ¿por qué?
Ante esta situación, a los cristianos la realidad nos impone una pregunta: ¿cómo seguir predicando a Jesús en una sociedad de múltiples discursos?
No tengo la solución, pero quiero presentar la actitud de unos personajes que podrían darnos luces para movernos en la actualidad. Me refiero al pasaje bíblico cuando los Reyes Magos llegan donde está Herodes con la pregunta: «¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido?». El relato nos cuenta cómo Herodes, y con él toda Jerusalén, se sobresaltó ante aquella pregunta. Luego, vemos cómo Herodes llama en privado a los Magos para pedirles que investiguen sobre el niño y que, cuando lo encuentren, se lo comuniquen para él también ir a «adorarlo». Sabemos que los Reyes Magos no regresaron y tomaron otro camino, ante lo cual Herodes se enfureció y ordenó una masacre de niños.
Lo primero que quiero resaltar es la actitud de Herodes ante aquella pregunta. Se observa cómo el poder se sobresalta cuando se siente amenazado. Herodes se altera al escuchar: «¿Dónde está el rey de los judíos?» Un sobresalto que pone de manifiesto que el poder quiere ser absoluto, que no quiere competencia. El segundo punto, y es al que quiero llegar, es que veamos la hipocresía del poder, o dicho de otra manera, la hipocresía de quienes lo ostentan. Al verse amenazados, disfrazan su discurso: «Vayan e investiguen sobre ese niño, y cuando lo encuentren, comuníquenmelo para ir también yo a adorarle».
Alguien podría decir: «¡Qué bonito, el rey quiere adorar al niño!» Pero es claro que los Reyes Magos no pensaron lo mismo. La lectura dice que volvieron por otro camino; lograron discernir la naturaleza del discurso, supieron leer las intenciones de Herodes.
Me pregunto, y les dejo la pregunta: ¿cuántos Herodes hay en el poder en nuestros países? Herodes que se asustan cuando su poder se ve amenazado, que cambian su discurso por uno de hipocresía para mantenerse en el poder, que usan palabras bonitas y psicologizadas, pero esconden intereses perversos. Y me gustaría preguntar también: ¿cuántos Reyes Magos tenemos en la actualidad para discernir estos discursos? Me gustaría decir que muchos, pero lamentablemente son pocos, y los que tenemos son silenciados, asesinados, expulsados, despatriados y desaparecidos.
Y los cristianos y cristianas, ¿acaso no debemos aprender a discernir los discursos desde la perspectiva del niño indefenso que está naciendo en estas fechas? No somos cristianos para quedar bien con el poder; somos cristianos porque Jesús nos llama, y su llamamiento no es para aplaudir el poder.
Por Ronaldo Melgar, S.J.