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Al contemplar de cerca el drama del dolor humano que implica el fenómeno de la migración, descubro la invitación interior a llevar amor y esperanza que ayude hacer el dolor llevadero. Resuenan en mí las palabras escritas por el evangelista Mateo: “Vengan a mí los que van cansados, llevando pesadas cargas, y yo los haré descansar(Mt 11, 28). Esta invitación a acudir al Señor para encontrar descanso es lo que he contemplado en estos días en el Centro de Día para Migrantes Jesús Torres, a cargo de la parroquia jesuita San Judas Tadeo, en Torreón, al norte de México.

En este lugar, donde se les ofrece a los migrantes algo muy sencillo, pero lleno de amor, he podido ver rostros llenos de gratitud. Son rostros que nunca había contemplado. Es sorprendente ver a las personas, adultos y niños, llegar cubiertos de tierra tras haber bajado del tren. En su rostro se observa cansancio y muchas veces dolor, por diversas causas. Sin embargo, ellos ven en los voluntarios del albergue una esperanza y una oportunidad para descansar. Por un momento el dolor queda de lado y sus sonrisas aparecen para expresar la emoción de encontrar un lugar de descanso y un espacio seguro.

En lo personal, durante mi oración y desayuno de cada mañana, me hago consciente de las oportunidades que Dios pone en mí para invitarme a compartir mi vida con los demás. Luego, cuando hago mi examen ignaciano del día por la noche, descubro que la gratitud de las personas que he acompañado en el centro para migrantes me habla de Dios, del amor y la esperanza que Él me comunica. A pesar del drama del dolor humano, pone en mi corazón el deseo de amar y reaviva en mi interior la llama de mi vocación cristiana, conferida por el bautismo para vivir en fraternidad y comunicar el Amor que nos visita constantemente.

Cada persona que se ha visto obligada a abandonar su lugar de origen, por diversas situaciones, buscan quien la escuche, la acompañe y le muestre el Amor. Dios se ha revelado en sus rostros para seguir descubriendo su misterio de Encarnación, el cual contemplamos en este hermoso tiempo litúrgico de la Navidad. Ante esta contemplación que nos implica a todos, dejo una pregunta que nos ayude a conectar con el amor de Dios: ¿Qué espera de mí el hermano que sufre?

Por Javier Herrera, S.J.

Javier Herrera, SJ

Jesuita guatemalteco (2000. Actualmente me encuentro estudiando la Licenciatura en Filosofía y Ciencias Soaciales en la ciudad de Guadalajara. En la espiritualidad ignaciana he aprendido a encontrar a Dios en todas las cosas y a disfrutar de la vida cotidiana.