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Después estar de un año sin comunidad y dos de iniciar la vida laboral de joven adulto, me daba cuenta de que mi vida perdía un poco el norte. De pronto entendía mejor la situación del hijo mayor de aquella parábola del Evangelio, pues me encontraba aún “en casa”. Iba misa los domingos, me confesaba cuando tenía la oportunidad y cada mañana rezaba las laudes sin falta.

Aun así, en medio de las interminables jornadas laborales, el estrés de cumplir con todo, los roces más o menos comunes de la convivencia y la situación diaria del país, era inevitable preguntarme: “¿Dónde está Jesús?”.  De pronto sentía que Dios estaba arriba en una nube tan tranquilo mientras aquí todos sufrimos. Mi corazón se iba haciendo la idea de que Dios nos había abandonado… Me había abandonado.

Pero en este 2023, mi experiencia en Magis Nicaragua me ayudó a comprender dónde está Jesús. A mediados del año, nuestra comunidad fue invitada a participar en El Salvador al Primer Encuentro de la Comunidades Magis de Centroamérica. Aunque yo no lo notaba, el Señor ya estaba actuando desde el momento en que salimos del país, y después de un largo, pero tranquilo viaje, llegamos al Salvador.

Al principio del encuentro, no me daba cuenta de que yo era de “los nuevos”, los integrantes admitidos hace poco en la comunidad. Admito que cuando me percaté, si me sentí un poco raro, pero la cercanía, la calidez, la alegría y la energía que todos transmitían me hizo sentir no solo que “estaba” en casa, sino que pertenecía a esta.

Recuerdo que en la actividad inicial nos preguntábamos “¿Cómo venimos?” y yo le pedía al Señor que me hiciera sentir con su Corazón. Luego, recuerdo que nos escuchábamos de forma muy solemne cuando cada comunidad presentó la realidad social de su país, Nicaragua tenía mucho qué contar, sin embargo, nos conmovió conocer y escuchar otros contextos igual de complejos que el nuestro.

Yo me daba cuenta de que cada país tenía algo del mío, sobre todo cuando comentaban sus inquietudes, sus dolores, sus inconformidades, sus disidencias; me sentía parte de una región que clamaba al Cielo por Justicia y notaba que todos a nos hacíamos preguntas similares ¿Cuándo va a acabar esto? ¿Cómo lo solucionamos? ¿Qué podemos hacer? Buscábamos lo mismo y eso nos hizo sentir más cercanos, más hermanos. Cerrábamos esa actividad con una oración y sentía que el Señor me respondía con una frase que me acompañó durante todo el encuentro: Hazme presente en tu realidad.

Como Jesús es el Maestro Bueno, me lo enseñó de una forma muy concreta y cercana qué puedo ofrecerle desde mi realidad. Me invitó a reflexionar a través de la vida de los santos. Yo ya había escuchado hablar de San Oscar Romero y del Beato Rutilio Grande, ambos mártires de El Salvador. Su entrega generosa y su testimonio de coherencia con el Evangelio hasta las últimas consecuencias me parecía admirable, algo digno de celebrar para la Iglesia.

Fue una grata sorpresa visitar al Hospital Divina Providencia, donde se encuentra la que fue casa de San Óscar Romero, pequeña pero muy acogedora. Al inicio me dejó un poco inquieto ver que cada espacio, cada rincón me hablaba de alguien que tenía una vida ordinaria (dentro de lo que podría ser ordinario para un arzobispo), de alguien que recibía visitas, revisaba sus papeles, escuchaba la radio, pero cada una de esas cosas, que podrían parecer sosas o desabridas, había una sustancia que iba más allá incluso de sus grandes “hazañas”; cada espacio hablaba de Jesús.

De pronto todo tenía sentido y el Señor me lo confirmaba en los espacios de oración y reflexión: la fe no es algo que me guardo para los domingos o para aparentar que soy buena persona y calmar mi conciencia. La fe vivida me cuestiona lo que hay a mi alrededor y me invita a cambiarlo a través de la ternura, así como lo hizo Jesús.

Quizá yo no puedo hacer mucho para cambiar mi país, pero si lo pongo todo en manos del Señor (invitándolo a mi realidad y permitiéndome sentir con su Corazón) podré Encarnar a Aquel que sí puede transformar cada rincón de Nicaragua, de Centroamérica y del mundo. Así, usando el discernimiento ignaciano como un teléfono directo a Dios, es posible ver más allá de un “carpe diem mal entendido” y comprender la historia, ya no como una línea recta, sino como un complejo tejido de hilos que solo se entienden si se ven con los ojos del Señor y se sienten con su corazón.

Desde entonces, en mi interior resonaban aquellas Palabras: “He visto la humillación de mi pueblo en Egipto (Nicaragua, Honduras, El Salvador, Guatemala, Costa Rica…), y he escuchado sus gritos cuando lo maltrataban sus mayordomos. Yo conozco (siento) sus sufrimientos…” (Éx 3,7). Y la mejor parte de esto es ¡Que no estoy solo! Cuento con las oraciones de mi comunidad, que nos sostenemos mutuamente, que buscamos ardientemente lo mismo, que la comunidad transforma Entonces comprendí lo que significa ser Magis.

En ese momento decidí unirme formalmente a Magis Nicaragua. El resto del encuentro fue eso, encontrarme con los demás, conmigo, con Jesús, con la realidad. Cada día doy gracias a Jesús por esta experiencia, por mi comunidad y las de Centroamérica, por las personas que me acompañan en el camino. Pero, sobre todo, le doy gracias por ser cercano y ser el Dios-Con-Nosotros.

Por Antonio González, de Magis Nicaragua

Antonio González

Desde que conocí a Jesús como el Maestro, le busco en la vida ordinaria. Juan 15, 13.