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“Seguir a Jesús no es una decisión que se toma de una vez por todas, es una elección cotidiana. Y al Señor no se le encuentra virtualmente, sino directamente, descubriéndolo en la vida. (Homilía del Papa Francisco en la XXIII Jornada Mundial de la Vida Consagrada, 2019)

Hoy la vida consagrada es un estado de vida que se asume desde el agradecimiento por tanto amor recibido mediante la llamada de Dios desde la concepción. Es un acto de generosidad desde una condición plenamente humana. Es movida y atraída por el Espíritu de Dios inserto en la realidad, en esa realidad de sufrimiento que nos invita al acto de “religación” objetiva con el mundo. Una vez que experimentamos el mundo, este se vuelve el foco de atención para ser transformado y, en esa media, transformarnos como individuos.

Nos encontramos en un mundo donde las opciones de vida están regidas por la sociedad del dinero, del éxito y, en fin, de todo lo efímero. Frente a esta realidad de hoy, la vida consagrada significa ofrendarse no de un modo cualquiera, sino desde la confianza en aquel ser mayor que invita a caminar por sus sendas del amor. Esto significa, sobre todo, un acto de amor en que se comparte nuestro ser persona desde la forma revolucionaria del servicio, el cual conduce a la plenitud personal y social.

El sentido de la vida consagrada es la misericordia por la que uno es impulsado para entregarse en amistad con Jesús, el Mesías, el que se hace presente en la historia. Le damos significado a través del amor misericordioso dirigido, sobre todo, a las personas más desfavorecidas de la historia, como son los migrantes, desplazados y refugiados en situaciones precarias.

Pero en sí, el sentido de la vida consagrada está en acompañar la esperanza y recorrer el camino de las demás personas para abrir un amplio mundo de posibilidades de justicia, armonía, reconciliación y paz. Pero, para la apertura de dicho mundo, se debe tener puesta la mirada en el pasado desde una perspectiva profundamente cimentada en la fe y sabiduría del Espíritu Santo, el único que es capaz de enseñarnos a aprender de la realidad y transformarla por completo.

La vida consagrada nos lanza a ser hombres y mujeres para los demás, es la vivencia generosa a través de la cual somos capaces de servir con alegría y diligencia a las personas en situación de desplazamiento forzado y a tantas personas afectadas por la violencia generalizada.

Personalmente, la vida consagrada es una experiencia de vida que, viviéndola desde el agradecimiento, se logra determinar el horizonte de servicio maximizado y potencializado por la esperanza que es la vía a través de la cual se encuentra la capacidad para luchar por transformar incluso aquellas realidades que en su apariencia son imposible de cambiar de una vez por todas.

En conclusión, hoy la vida consagrada se puede definir desde el llamado particular que Dios hace para colaborar en el servicio desmedido hacia tantos hombres y mujeres que sufren en este mundo. A este llamado particular que Dios hace, le corresponde la respuesta libre y generosa del individuo que lo recibe.

El llamado a la vida consagrada estará determinado significativamente solo si se toma en cuenta que de Dios se recibe todo y a el todo se debe volver. Esto nos lleva a una vivencia de total entrega que se da desde la alegría y el acto revolucionario del servicio desmedido hacia tantos hombres y mujeres que sufren en este mundo.

Por Fredy Díaz, SJ

Fredy Díaz, SJ

Jesuita hondureño (1995). A los 22 años ingresé a la Compañía de Jesús. Mediante la espiritualidad ignaciana me ha enseñado a vivir la fe desde la confianza en Dios, en mí mismo y en los demás. Dicha confianza es el motor que me impulsa a cultivar y cuidar, buscando alabar a Dios a través del servicio generoso a mis prójimos.