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A Margaret le han informado que tiene que mudarse de ciudad. A sus apenas 11 años, debe despedirse de sus amistades, su escuela y el aire al que estaba acostumbrada. Tampoco podrá ver regularmente a su entrañable abuela materna. Ahora solamente serán ella, su mamá y su papá en los suburbios de Nueva Jersey. Los tres conforman una familia bastante cálida y amorosa, pero eso no quita el peso sentimental que los nuevos comienzos significan.

A muchos seguramente nos ha pasado así: el temor ante lo nuevo puede resultarnos un poco agotador. En el caso de Margaret, ella dejó envolver su nostalgia por una plegaria inesperada. En sus últimos días en Nueva York, deja un lado el ajetreo por hacer maletas, los planes calculados por sus padres, y se sienta en silencio sobre su cama. Entonces, pronuncia tímidamente unas palabras que nunca antes había dicho:  

¿Dios, estás ahí? Soy Mar…garet Simon. Solo quería… bueno… yo he escuchado cosas grandiosas sobre ti… No quiero mudarme, nunca he vivido fuera de la ciudad, y yo no quiero hacerlo. Por favor, te suplico, Dios, no permitas esta mudanza. Y si no puedes hacerlo, solo, por favor, que Nueva Jersey no sea tan horrible.

En la simpleza de esta oración improvisada, Margaret puede expresar lo que está viviendo su corazón. Su plegaria es enteramente transparente, profunda y mística, ya que da cuenta de sus temores, añoranzas, súplicas y hasta suposiciones sobre Dios. Si bien el viaje a Nueva Jersey termina dándose de cualquier manera, resulta ser muy diferente a lo que ella había previsto.

En su nueva escuela y vecindario, Margaret se integra a un grupo de amigas con quienes comparte risas, travesuras, normas y preguntas existenciales. Pasa momentos muy agradables y reconfortantes. Sin embargo, también llega a sentir que esta compañía no le resulta suficiente. Es en tales circunstancias que Margaret vuelve a esa plegaria que había iniciado en su antiguo hogar: “¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret”.

De mamá cristiana y papa judío, Margaret nunca había asistido a algún templo o iglesia. Pero durante su primer año en Nueva Jersey, realiza una investigación escolar sobre las religiones. Acompaña a su abuela a escuchar el Torá en una sinagoga. Baila con una amiga los ritmos del Black Gospel de una iglesia. Asiste con otra amiga a una pastorela navideña de un templo cristiano. Y se acerca tímidamente al confesionario de una iglesia católica.

Ella disfruta de visitar estos lugares, pero su itinerario espiritual le deja más preguntas que respuestas. “Si tan solo me dieras una pista, Dios, estoy más confundida que nunca, ¿qué religión debería elegir?”. Pero esta película no es la típica historia de una niña que debe elegir una religión. Hay un trasfondo más trascendental. El deseo por crecer se ve entremezclado con las aspiraciones de Margaret por ser aceptada. La soledad y la comunidad parecieran armonizar y rivalizar al mismo tiempo, lo que lleva a Margaret a afirmar con melancolía:  

“Te he buscado, Dios, te he buscado en un templo, en una iglesia, y no te sentí en lo absoluto. ¿Por qué, Dios? ¿Por qué solo te siento cuando estoy sola?”.

La película ¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret es una invitación a reflexionar sobre las búsquedas y temores que nos acompañan desde nuestra niñez. Así como nos inquieta crecer más que nadie, prevalece una añoranza inexplicable por comunicarnos con lo transcendente. Por un lado, nos puede pasar como lo que vivió el papá de Margaret: “¿Sabes qué me hizo dejar el templo? Ir al templo, no entiendes ninguna palabra y estás sentado ahí mucho tiempo”.

Ciertamente, es una lástima que hoy muchas iglesias solamente sean ese espacio para estar sentado durante mucho. Pero no hay que olvidar que, si prestamos debida atención al amor de quien diariamente nos acompaña, también tendremos la dicha de afirmar con ternura contemplativa: “¿Aun estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret… Gracias, muchísimas gracias”.

¿De qué va esta obra?

Luego de que Margaret, una niña de 11 años, se muda de ciudad, debe lidiar con la presión de asimilar nuevas amistades, distintas formas de relacionarse y el inicio de la adolescencia. Todo esto ocurre mientras en sus ratos de soledad y silencio formula a una plegaria inesperada y transparente: “¿Estás ahí, Dios? Soy yo, Margaret”.

¿Por qué ver esta película?    

1. Resulta sencillo identificarse con los sentimientos y preguntas existenciales de Margaret. Todos hemos sido parte de los cambios y, seguramente, hemos tenido esa oportunidad para reflexionar sobre el significado del paso del tiempo, así como hizo Margaret.

2. Margaret no ha sido la primera que, en momentos de cansancio y temor, formula la pregunta “¿Estás ahí, Dios?”. Sin embargo, al igual que pasó con ella, esta duda puede convertirse en una confirmación de que nos sentimos completamente escuchados y protegidos.

Por Luis E., S.J.

Luis E., SJ

Escolar jesuita. Nicaragüense por gracias de Dios. Mi acercamiento a la espiritualidad ignaciana fue a los 17 años, en una universidad jesuita. Me gusta mucho la literatura, la escritura de cartas, el cine, la comunicación social y las historias de Pokémon.