Skip to main content

La experiencia de los Ejercicios Espirituales es un camino de transformación cuyo objetivo principal es disponernos para que Dios se sirva de nuestros dones para construir el Reino de libertad, justicia, compasión y solidaridad. San Ignacio tiene presente que no tenemos la sensibilidad de Jesús, y por eso es importante hacer camino, al propio ritmo, para identificarse con el “modo de proceder de Jesús”, para amar y servir. Por eso es tan importante experimentar la variedad de ejercicios, adiciones, notas, reglas y procesos adaptados al ejercitante a lo largo de un mes que se divide en cuatro etapas que san Ignacio llama “semanas”. A continuación, presentamos un trabajo realizado en el año 2011 por el equipo de formación del Instituto Centroamericano de Espiritualidad (ICE CEFAS), de Guatemala, sobre la estructura de los Ejercicios Espirituales.

No es obvio que se comience una experiencia de espiritualidad a partir de “poner las cartas sobre la mesa” —Principio y fundamento—, para luego pasar a trabajar sobre el pecado. Así lo concibió, sin embargo, Ignacio. El objetivo del Principio y Fundamento es, ciertamente, ganar la libertad, ganar la indiferencia: “…por lo cual es menester hacernos indiferentes a todas las cosas creadas…”[1]. Indiferencia entendida como libertad frente a todo, especialmente frente a las grandes sombras de la vida: la muerte, la enfermedad, el dinero, el poder… Esta libertad se convertirá en experiencia fundante y generadora de una serie de actitudes.

Luego, la experiencia de Primera Semana[2] es la del(a) pecador(a) perdonado(a). Acá lo que se tiene que vivenciar es cómo ha estado entorpecido nuestro “hacer”; es captar que, por causa de nuestro pecado[3], “se hace” llevar a la muerte a Jesús… Hacerse consciente de ese pecado, y hacerlo por medio de comparaciones, es su gran estrategia; y todo para llevarnos a sentir hartazgo, aborrecimiento, y hacer caer en la cuenta de que a quien he ofendido en todas mis víctimas, es al mismo Señor. Esta experiencia es la que posibilita el diálogo propuesto por Ignacio: “¿Qué he hecho por Cristo, qué hago por Cristo, qué debo hacer por Cristo?”[4]. Aquí nos encontramos con que el sentir se convierte en un hacer, ¡en una tarea!. Es decir, la experiencia fundamental de la primera semana es la del(a) pecador(a) perdonado(a) a quien el perdón se le convierte en misión, pues no es a pesar de ser pecadores(as), sino precisamente por ello (1 Cor. 1, 25 ss) por lo que se nos invita a seguir a Jesús, para ser puestos(as) con Él[5], en la tarea de construir el Reino.

A continuación, se tiene la experiencia de la contemplación[6] del Reino que introduce de lleno a una modalidad del hacer. Es hacerlo todo al modo de Jesús. Y es hacer también nosotros(as) el Reino. Un hacer que es también “dejarse hacer”, dejarse afectar —ser puesto(a), ser elegido(a)—, dejar actuar a la Espíritu (la gracia). En la Segunda Semana se comienza prosiguiendo el diálogo con el Señor que invita a realizar el Reino como tarea de ese perdón. Aunque no es obvio hacerlo, Ignacio lo propone fomentando la emulación de grandes hazañas históricas.

Después, la contemplación de la Encarnación nos va a hacer sentir lo que experimenta la Trinidad, viendo con ella, para luego percatarnos de la extrema solidaridad suya al formular la frase de hagamos redención del género humano[7]. La contemplación del nacimiento nos invita a ello también: nos hace nacer con Cristo, para luego irlo acompañando por todos los principales sucesos de su vida pública. Los Ejercicios hacen que nos percatemos de que el mejor modo de hacer el Reino, de llevar adelante su Misión es aprender a conocer a Cristo para más amarle y seguirle, pero reproduciendo su vida en la propia vida. La contemplación de toda la vida oculta es un camino para aprender a sentir y proceder al modo de Jesús. El método de la contemplación nos invita a tener sus mismos sentimientos y su mismo modo de proceder.

Mediada esta semana, presentan los Ejercicios un trabajo que afina la claridad racional del seguimiento, en dos alternativas incompatibles (Banderas), afina la fuerza de la voluntad postulando la consideración de Binarios; por último, hace la prueba de la fuerza de la amistad y los extremos que ésta produce en la tercera manera de humildad. Es lo que se llama “jornada ignaciana” -Banderas, Binarios, Tres Maneras de Humildad-. Esta jornada ignaciana, nos hace experimentar la comprensión más profunda de los deseos y su dinamismo. Primero, a desear por lo menos desear. Esto sería el nivel de Principio y Fundamento. Luego, de una forma más simple –quizás en el ofrecimiento del Reino- deseando de todo corazón, con determinación deliberada. Para, enseguida, aprender que la clave está en desear ser puestos(as) con el Hijo. Dentro de este contexto Ignacio propone la Elección que bien entendida es aclarar a través de mis hondos deseos los deseos de Dios sobre mí. Experimentar este deseo dispone a la vivencia de la pasión —tercera semana—.

Experimentar la Pasión es la invitación por excelencia a la solidaridad como consecuencia del amor. Se nos invita a hacer y padecer: qué debo yo hacer y padecer por él[8]. Por tanto, la Tercera Semana no es simplemente proseguir la vida de Jesús hasta su pasión y muerte; sino también, hacer conciencia de que todavía la muerte de Jesús se da en la humanidad que sufre actualmente, por una parte, y que, además, el pecado personal, mi pecado, tiene íntima conexión con esta muerte. Muerte que es tal en Jesús que se esconde, se obscurece totalmente su divinidad.

Finalmente, la resurrección —cuarta semana— es experimentar la esperanza y la alegría de la nueva vida de Jesús: …queriéndome afectar y alegrar de tanto gozo y alegría de Cristo nuestro Señor[9]. Allí lo que ayuda a experimentar es la alegría por el triunfo del amigo, del compañero querido, al experimentarlo en su oficio de consolador. La cuarta Semana, es la más delicada. Supone haber vivenciado no sólo la muerte individual, sino cómo Cristo padece en la humanidad. Sin esta perspectiva no se llega a la experiencia de la Resurrección, que por esencia es un fenómeno colectivo: es aprender a hacer esperanza en nosotros(as) y en los(as) demás, sabiendo también, que es gracia para pedir.

Culminan los Ejercicios con la contemplación para alcanzar amor, que es la gran síntesis de todo. Es experimentar que es el amor lo que debe regir, y también que el amor se expresa concretándolo en acciones. Esta contemplación deja la clave de la relación con Dios: de amante a amado, de amado a amante[10]. La Contemplación para alcanzar amor es como el cierre agradecido de tantos beneficios recibidos, es como quien sólo encuentra en toda la creación los cariños tiernos de la Trinidad. Enseña a ver toda la creación como algo elocuente.

Aquí los Ejercicios hacen que experimentemos eso que el mismo Ignacio repetía frecuentemente en la vida cotidiana cuando contemplaba las flores: Callad, callad, que ya sé de quién me habláis

En síntesis, siguiendo la experiencia de los Ejercicios, encontraremos personas que se han formado en una escuela fundamental que abre al sentir profundo, al hacer como tarea recibida, como don, y a ser capaz de padecer por ese Jesús encontrado en el sufrimiento de la humanidad[11], para vivenciar también su gloria en el contexto del Reino en donde lo del servicio a los(as) más necesitados(as), a los(as) empobrecidos(as), a los desahuciados(as), y a los(as) pecadores(as) se hace crucial[12].

Por Instituto Centroamericano de Espiritualidad (ICE CEFAS), Guatemala


[1] EE 23

[2] Ignacio divide los Ejercicios en “semanas” porque analógicamente los Ejercicios se realizan en un mes. Cada semana –que en la práctica va a ser de duración variable- toca uno de los ejes principales.

[3] La insolidaridad hecha a los seres humanos y por ella hecha a Dios, es la raíz fundamental del pecado que ahoga también lo más profundo a lo que se es llamado(a). Este tema ya fue ampliamente tratado.

[4] EE 53

[5] “Ser puestos con el Hijo”, es la petición fundamental que propone Ignacio que se haga al Padre. Él tuvo esta experiencia de ser “puesto con el Hijo”, en La Storta, una capilla ubicada 11 kms. antes de Roma.

[6] La contemplación y la meditación, son dos tipos de oración propuestos por Ignacio para conocer a la persona de Jesús y dejarse configurar por Él –ambos presentados en el capítulo sobre la experiencia de oración-. La meditación invita a acercarse al texto, empleando fundamentalmente la racionalidad, la voluntad y la memoria; la contemplación, invita a hacerlo más desde la sensibilidad, desde lo intuitivo. Esta sensibilidad se acentúa en “la aplicación de sentidos” –otro modo de orar contemplativamente-: ver, oír, gustar, como si presente me hallase (EE 114). La metodología concreta de cada una de estas formas de orar ya fue expuesta al tratar sobre la experiencia de oración.

[7] EE 107

[8] EE 197

[9] EE 221

[10] EE 231

[11] EE 195

[12] Para comprender los Ejercicios como un instrumento de obrar la justicia, véase la ponencia presentada en Bruselas con ocasión de un Simposio sobre Ejercicios: CABARRÚS, C. Les Excercices spirituels: un instrument pour travailler à la promotion de la justice. En La practique des excercices spirituels d´ Ignace de Loyola. IET. Bruxelles, 1991. p. 123 ss. Esto aparece también, como introducción del libro Puestos con el Hijo… Op. Cit.

Erick Hernández, SJ

Sacerdote jesuita salvadoreño, psicólogo. Actualmente coordina el Sector de Espiritualidad de la Provincia Centroamericana de la Compañía de Jesús. También trabaja en una parroquia en la costa norte de Honduras.