Tengo un recuerdo muy vivo de cuando estaba en la primaria: yo era parte de un grupo de seis que disfrutaba mucho del colegio, era casi como nuestra segunda casa. Con estas seis, compartí mil aventuras y mil travesuras también…pero el recuerdo que me atrapa es el de una época en la que tenía una ligera obsesión con hacernos promesas entre nosotras. ¿Me lo prometes?, era la frase que más repetía y casi siempre arrancaba la misma respuesta, aunque a veces con mucha impaciencia: ¡Sí, te lo prometo!
Pasaron los años y no recuerdo bien cuándo dejé de decirlo a mis amigas, o en general, a todo el mundo, pero sí el por qué. Me sentía ligeramente decepcionada de la vida porque las promesas parecían no valer mucho. Eran palabras “arrojadas” al viento. Pero Dios, que me conocía y me conoce mucho más que yo, aprovechó este deseo “infantil” y lo transformó en la oportunidad perfecta para hacerme una llamada cuando, por mi primera comunión, recibí de regalo una Biblia
Era una Biblia versión latinoamericana. Un ejemplar conocido, puesto que en mi casa (cómo en tantas otras) estaba siempre una Biblia abierta decorando algún espacio de la sala con un texto del Evangelio. Cosa que me parecía extraña hasta que entendí que es una forma de sentirse bendecidos por la Buena Noticia.
Tengo que confesar que cuando empecé a hojear sus páginas, la emoción fue bajando porque no entendía mucho de lo que decía. Tardé años en leerla por completo, porque no fue un proceso continuo. Pero, con el paso del tiempo, descubrí que había algo que se repetía en las historias que leía acerca de los patriarcas, reyes, profetas, algo que Dios estaba esperando que encontrara, una promesa: “no temas, yo estoy contigo”.
A muchos y de muchas maneras dirigió Dios estas palabras, era emocionante hallarlas antes de que aquel a quien se las dirigía se embarcara en una misión, fuese impresionante o sencilla. Y aún me emociona aquel instante cuando descubrí que también me las dirigía a mí.. No hubo visiones o cosas extrañas…no. Fue un momento sencillo, en una pequeña capilla, solo que yo estaba preparada para escuchar en mi corazón «¡No temas, yo estoy contigo!». Y así como un guiño, de esos que suele hacer el Señor, también escuchar: ¡Te lo prometo!
Esta promesa no sólo me salvó si no que me impulsó a dar un paso más en este camino de fe, que es la vida, y dejar a mi familia, amigos, mi país; por alguien que es digno de confianza. Creer en la promesa que Dios me hace es el sentido y fundamento de mi vocación. Confiar en su amor por mí y la humanidad, el de mi consagración. Cuando me preguntan por qué soy religiosa, quisiera decirles otra cosa. Algo más razonable, me digo. Pero lo cierto es que estoy aquí por una promesa.
Ahora, en ocasiones, es muy difícil seguir escuchando con claridad estas palabras…hay momentos en los que se nubla la memoria y las olvido. En otros, me parece una ilusión y me cuesta “encontrarlas” en mi realidad. O, con el afán del día a día, no les doy espacio para que transformen mi vida y la de los demás.
Sin embargo, Dios es infinitamente creativo y se hace eco de todo (no por nada es el Señor del universo) para ir renovando su promesa: una clase, un atardecer, una conversación, una situación dolorosa, una sonrisa, una decepción, una época exitosa, una de oscuridad…lo que pasa es que hay que estar atentos y ¡cómo cuesta últimamente tener los sentidos despiertos ante todo lo que sucede en el mundo!
Pero Dios no se cansa de esperarnos, de darnos su amor, y está buscando el momento perfecto, ese en el que nuestra casa está sosegada, para que se escuché el suave susurro de su voz en nuestro interior: «¡No temas! ¡Cree en mí!». Y cuando pase, llegaremos a decir como Santa Josefina Bakhita: «Definitivamente soy amada y pase lo que pase, soy esperada por este Amor. Así que mi vida es hermosa».
A ti, ¿qué promesa te está haciendo Dios en este momento? ¿La escuchas?
H. Sol, rp.