Por mucho tiempo se ha tenido la idea de un dios cruel y castigador. Esta idea ha dañado y estropeado el camino por el que las personas se conducen hacia la religación con lo trascendente y, al mismo tiempo, a la realización personal y colectiva. Por ello, es de suma relevancia persuadir especialmente a los jóvenes, que las imágenes negativas de Dios deben ser saneadas para poder adquirir la libertad, la misericordia y la compasión que tanta falta hacen en el mundo actual.
Necesidad de sanear las imágenes de Dios
Las imágenes o ideas previas de lo trascendente son muy importantes y esenciales en la vida de la fe, dado que a Dios no se le tiene de manera accesible a la vista. Los seres humanos usan inevitablemente representaciones que le hacen presente a Dios para bien de su propio fortalecimiento y realización individual. Por tanto, las imágenes son importantes, ya que son mediadoras de la presencia de Dios encarnado en las personas, mismas que cada día y en cada circunstancia buscan religarse con la realidad, con ellos mismos y lo divino.
Sin embargo, hay una situación que entorpece los procesos de crecimiento y realización plena en la trascendencia hacia lo divino: cuando las imágenes de Dios son puras ideas y sentimientos adquiridos de la religión o de la tradición catequética de las familias, esto abona en un excesivo crecimiento de culpabilidades que problematiza lo que debería ser una verdadera experiencia religiosa. Por lo tanto, es necesario y urgente sanear la idea del dios del castigo y del rayo que impiden realizarnos libremente en el amor y la compasión.
Sin el saneamiento de las ideas negativas atribuidas a Dios será difícil que haya madurez religiosa. Según Mardones (2014) en su libro Matar a nuestros dioses: un Dios para un creyente adulto, es necesario y urgente cambiar las imágenes de Dios, sobre todo, las ideas y representaciones negativas que a la larga se vuelven objeto de culpabilidad que paraliza (p. 6).
Sobre esta misma situación del dios castigador, Vergote (1975), en su libro Psicología religiosa, menciona que, en la gran tradición judeocristiana, el nombre de Padre es la suprema denominación de un Dios que se revela en la majestad de su radical trascendencia, de un Dios que, por su misma presencia que se ha denotado como el dios del rayo, impugna los antropomorfismos religiosos y las idolatrías (p. 1 87).
Las imágenes del dios castigador son tan negativas que no hacen más que retener a las personas en el hondo fango de la tristeza y de los sacrificios físicos para “contentar” a Dios y, por ello, no emita castigos. La intención de sanear estas imágenes también consiste en cortar de raíz actitudes de hombría, y ego que impiden un encuentro pleno con el amor y la compasión.
El Dios de Jesús, el Dios del amor
El Dios de Jesús en contraposición del dios del fuego, es el Dios de la vida, la vida que vivifica y acrecienta todo amor, toda esperanza y compasión. Es la vida donde la culpabilidad no tienen cabida, precisamente porque el amor, la esperanza y compasión que devienen de Dios reducen los pesos psicológicos que la gente va cargando por la vida. Estos pesos se pueden describir como inmensas cargas de miedo, que solo pueden surgir de las ideas inmaduras que la historia de la misma Iglesia incluso las mismas familias han inculcado.
Por lo tanto, no se debería sufrir etapas duras de culpabilidad causadas por las ideas preconcebidas de Dios, por ello, lo importante es no quedarse estancado allí en las imágenes equivocadas, sino pasar a la fase del amor. Es decir, pasar al Dios de Jesús, mismo que se ha encargado de dar a conocer al Dios de la compasión para ayudarnos a pasar a una dimensión adecuada de la libertad.
En sí, el paso de la culpabilidad a la experiencia de la esperanza significa religarse plenamente con el manifiesto del Dios sin límites, sin fronteras, sin exclusión ninguna, ya que todo ser humano tiene la misma dignidad, que es la de ser hijos de un solo Dios Padre-Madre, que nos mueve a amar incluso a los que no nos aman.
Además, lo decisivo de pasar de la culpabilidad a la experiencia del Dios de la esperanza es la madurez religiosa que, según Benetti (2011) en su libro La madurez religiosa, engloba una serie de comportamientos y aspectos de la personalidad muy variados que nos llevan a la plena realización humana, entendida como facultad de la libertad y la maduración de las ideas racionalmente referidas a la fe.
Por Fredy Díaz, S.J.
Referencias
Mardones, J. (2014). Matar a nuestros dioses: un Dios para un creyente adulto. Madrid: Editorial y distribuidora, SA.
Vergote, Antoine (1975). Psicología religiosa. Madrid: Taurus