¡Vengan, vengan!
Acompáñenme al pozo de Jacob.
Como Raquel he venido corriendo con buenas noticias.
¡Vengan, vengan!
¡He encontrado al Mesías!
Al principio me extrañó mucho encontrarme con Él.
Estaba bajo el caluroso sol de mediodía.
Con sus sandalias empolvadas.
Solo.
Sí, te digo que es un judío que está sentado en el brocal.
Me ha pedido agua. Por ello me he enfadado.
¡Un judío hablándome!
¡A mí, mujer sola y, además samaritana!
¿Será que ya me conocía?
¿Por qué me hablas? —le pregunté.
Me recordó a nuestro padre Jacob.
Hablaba con autoridad,
y sus gestos eran cálidos.
Él supo de mi infortunio y mi soledad.
Me ha ofrecido agua de vida eterna,
y ofreció calmar mi sed.
Pudo ver la tristeza que llevaba,
porque ha visto en lo profundo de mi corazón.
¡Eres un profeta! —le dije.
¡Ha dicho que es el Mesías!
Le he comentado sobre la venida del Cristo.
Me ha enseñado sobre el Espíritu de Dios.
Hemos hablado, Él y yo, al lado del pozo de Jacob.
¡Vengan, vengan!
Hombres, vean con sus propios ojos y
sigamos caminando juntos.
Ustedes me creen porque me conocen.
¡Vengan, vengan!
Escúchenle ustedes también.
Por H. Leonardo Sánchez, S.J.
Fotografía de portada: Carry on, por Yongsum Kim