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No hay vida sin noche, y un engaño en este camino del seguimiento del Evangelio es convertir el alba en ídolo, pensar que continuamente habrá luz y claridad, que nuestra vida siempre será acogida y bien recibida.

Es verdad que debemos buscar y pedir la consolación, permanecer inflamados por el amor. Pero la realidad es que no vivimos siempre así. La consolación es un don, una gracia, no un pago o un deber por nuestras opciones vitales.

Esto, en vez de entristecer nuestro seguimiento, nos tiene que ayudar a descubrir maneras alternativas para continuar el camino. La contraposición no debe ser la renuncia inmediata, sino la perseverancia a otro modo, con ojos nuevos, con una mirada atenta. Como la de quien pasa de la claridad a la oscuridad y necesita un tiempo y unos recursos vitales para adaptar su vista a la penumbra que lo rodea.

Si bien la noche es el lugar de la confusión (y de ahí que en algunos pasajes del Evangelio se le considere el sitio del caos primordial y el espacio de los bandidos), la noche también es momento de silencio y revelación. Dios revela en la noche sus misterios más grandes: en ella dice a los pastores que un niño salvador ha nacido y sólo ella conoció el misterio de la resurrección.

Así, no es la noche sin más la que atrae la desolación, sino el modo de habitarla. Puede ser lugar de la fechoría o el momento más sublime de la vida. Por eso, quizá haya «noches oscuras», pero también noches llenas de luz. Con todo, la noche encierra misterios, a veces arropados en el frío y las tinieblas.

Para nadie debería ser una sorpresa si decimos que vivimos en una larga noche de la realidad. La guerra está acrecentándose a nivel global; la represión en Centroamérica parece recrudecer, basta abrir una red social y encontrar una noticia que nos desmotiva: que el cierre de una obra, que la expulsión de algunas hermanas, que la desaparición del algún joven, que la muerte como pago del compromiso comunitario… Y para quienes vivimos en la comunidad de la fe, el desánimo y el cansancio tampoco nos evade por ver una Iglesia perseguida, incoherente en su defensa de los pequeños y dividida por luchas de poder. Hay noches largas y de insomnio, y esta parece ser una de esas «malas» noches de la vida.

¿Cómo atravesar nuestra noche? ¿Cómo llegar al nuevo día? Para tener una opción más allá de un diazepam espiritual que nos introduzca a un sueño forzado, el seguidor de Jesús debe volver su mirada al Evangelio como fuente de esperanza. ¿Cómo habitar la noche con el corazón puesto en Dios?

Pienso que, en primer lugar, hemos de hacerlo como los pastores de la Noche Buena, con humildad, sin pretensiones de saber y querer comprenderlo todo. Como ellos, personas en la periferia, que se dejan sorprender por un mensaje excesivo que no esperaban y, sin embargo, les ayuda a seguir esperando. Los ángeles cantan gloria y anuncian la paz a los hombres. En la unidad tensiva entre Dios y el hombre, la gloria de Dios significa la inclinación con que ama a su humanidad; en cambio, de parte del hombre no es tener buena voluntad de hacer las cosas, sino de tener la voluntad de ponerse en las manos de Dios: Gloria a Dios en lo alto y paz a los hombres porque él los ama (Lc 2,14).

En segundo lugar, como esos «Reyes Magos» que por conocer bien las estrellas se mueven y peregrinan, porque siempre hay un mejor lugar para verlas. Hay fulgores que sólo se ven de noche, astros que cambian la ruta conocida. La noche más oscura es, a su vez, la que está repleta de señales en el cielo. Los «Reyes» no son sabios porque saben interpretar estrellas, sino por moverse y apostar que hay otro lugar donde pueden verlas mejor.

Cuando san Ignacio llama a salir de la desolación, nos pide que nos movamos contra ella (EE 319). No como quien huye desbocadamente, a tropezones, sino como quien se muda a una perspectiva nueva, sabiendo que el auxilio divino no faltará (EE 320). Al encontrar su verdadera estrella, los «Reyes» vuelven a casa por otro camino. Quien adora a Jesús no tiene más hogar que aquel donde la esperanza y la consolación habitan. Caminar en la esperanza no defrauda ni confunde, Spes non confundit[1]les repetía san Pablo a los romanos (Rm 5,5). No errará el camino quien vuelva a casa por otros senderos, porque lo fundamental es el encuentro con la estrella de Belén, con el niño salvador en el pesebre, aquel que es comedero de los animales y mesa para todos.

Volver a casa por otro camino… Siempre podemos volver a casa, como personas y como comunidades, quizá sólo haya que escuchar en la noche los sueños que cambian senderos.

Una tercera forma de habitar la noche es como los cuerpos presentes en aquel primer nacimiento. Como José, hombre entre la justicia y el discernimiento; como María, mujer entre la bienaventuranza y el dolor; o como el Dios desnudo, bebé que llora e ilumina la vida de tantos y dona alegría. Todos ellos son cuerpos paradojales, que revelan el día y la noche de su propia fe. No son ídolos sin vidas auténticas, son cuerpos que narran una historia de salvación.

Esperar en Dios no es un eterno día, claridad perenne, consolación comprada; ni tampoco será eterna noche, penumbra inmortal, desolación domesticada. La esperanza en Él es día y noche, porque al separar la claridad de la oscuridad, Él vio que ambas eran buenas.

En el evangelio de Marcos −ese relato que nos enseña a ser discípulos– hay una sola puesta de sol (Mc 1,32-34) y un amanecer (Mc 16,2). Todo el Evangelio sucede en esa noche larga donde se aprende a seguir a Jesús. Dios nace en la noche y resucita a su Palabra en la noche. Es su solidaridad salvadora con nuestra historia el único nuevo día.

Hay cosas que sólo se ven de noche, también las que son el centro de la salvación: ¡Alégrense los que son amados por Dios, porque esta noche nos ha nacido el sol de Justicia!

P. José Javier Ramos Ordóñez, SJ


[1] A la esperanza es a la que invita el papa Francisco en este año jubilar. En su Bula de convocación del jubileo del año 2025 nos propone un proyecto de hermandad que privilegia la vida y pide la justicia que brota del perdón que rehabilita. Cfr. https://www.vatican.va/content/francesco/es/bulls/documents/20240509_spes-non-confundit_bolla-giubileo2025.html

José Javier Ramos Ordoñez, SJ

Sacerdote jesuita, guatemalteco, de la Provincia de Centroamérica. Maestro en filosofía y ciencias sociales, ITESO. Doctorando en Teología Fundamental, Universidad Gregoriana. Resisto en el deseo de vivir al servicio del Evangelio, sueño con una comunidad cristiana de gestos y palabras consoladoras, tan misericordiosa como su Señor.