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Cuando quiero ir a algún lugar que no conozco, lo primero que hago es configurar el GPS. Ahora lo uso más que nunca, ya que me mudé a Estados Unidos hace apenas cinco meses y conozco muy poco, o nada, de sus calles y caminos. Nunca había estado tanto tiempo fuera de mi país, Nicaragua.

Con la experiencia de fe sucede una situación bastante parecida. Si el camino de fe fuera tan predecible, donde se puedan ver las rutas, las opciones de camino y el tiempo estimado de llegada, sería más fácil reconocer los puntos más importantes de mi recorrido espiritual, o sabría al menos dónde comenzó. Pero la verdad es que no lo sé, y mientras más lo pienso, más me doy cuenta de que comenzó desde antes que nací. «Antes de que te formara en el vientre, te conocí, y antes de que nacieras, te santifiqué; te di como profeta a las naciones (Isaías 1:5).

Sin duda alguna, este camino de fe ha estado marcado por algo fundamental: la vida comunitaria. Desde el 2018, cuando todavía estaba en Nicaragua, comparto la vida con mi comunidad Magis, y gracias a esto, ahora comprendo por qué la vida, y sobre todo la fe, es mejor vivirla en comunidad. Si no fuera por ellos, no hubiera sido una prioridad para mí buscar un espacio donde compartir la fe en este nuevo país en que ahora vivo.

Este espacio lo encontré en la Iglesia de Santa María, donde además conocí la Legión de María, con quienes me reúno cada martes. Los miembros de este grupo son en su mayoría adultos mayores retirados, con muchas ganas y disposición de servir a otros. Tanto es así que, hace poco, hubo una misa para enfermos en la Iglesia, el padre administró la unción de los enfermos, y la Legión de María invitó al almuerzo.

Susan, que es miembro de la Legión de María, trabaja para la iglesia como encargada de las recaudaciones de fondos. Ella siempre está al frente de la mayoría de las actividades, incluyendo este almuerzo, para el cual yo me ofrecí como voluntaria. Durante la actividad, Susan no dejaba de agradecerme por la ayuda en ordenar y servir comida a los ancianos, algunos no podían ni sostener el plato.

Al final del día, nuevamente me agradeció mucho, y aún después de terminada, me envió un mensaje de texto agradeciéndome (por tercera vez) y diciéndome que soy una bendición para la iglesia, y que jóvenes como yo son un testimonio para la Iglesia de Jesús. Me parece importante mencionar que en esta iglesia no hay comunidad de jóvenes adultos, sino que la comunidad de jóvenes son los muchachos de secundaria.

Me quedé pensando varios días en sus palabras y no entendía ni me sentía merecedora de tanto agradecimiento. No sentí que había hecho algo tan grande como para recibir tanto reconocimiento, y tampoco hacía algo diferente a lo que me gustaba hacer en Nicaragua. Pensé que quizás era porque ellos no están acostumbrados a ver a jóvenes en las iglesias estadounidenses, y me decía para mis adentros: “Si tan solo conocieran a todos los chavalos Magis”. Entonces recordé todos los espacios de voluntariado en los que participé desde la UCA de Nicaragua y luego los apostolados con mi comunidad, y los agradecí muchísimo, porque son un tesoro.

Desde el 2018 he estado rodeada de Magis, jóvenes con energía que no se cansan de buscar qué hacer, y si no hay nada, algo nos inventamos. Me di cuenta de que, aunque estaba rodeada de jóvenes, también siendo jóvenes fuimos testimonio para otros, y actualmente somos jóvenes que queremos, o intentamos, imitar a Jesús. Nos sentimos tan amados por el Padre que simplemente explotamos y queremos hacer y compartir la vida con otros. Es ahí donde nos convertimos en testimonio del amor que Él nos tiene.

Los chavalos y chavalas de Magis siguen siendo testimonio para otros y son una gran bendición para la Iglesia en Nicaragua. Son una gran bendición para mí.

Por María A. Espinoza, de Magis Nicaragua