“No hables así que Diosito te va a castigar”. “Acordate que a Dios no le gusta eso”. Frases así escuché con frecuencia cuando yo era adolescente. Los adultos murmuraban de mí porque yo era diferente a ellos, y criticaban mi andar, mi vestir y mi pensar, todo para ellos estaba en contra de Dios.
Desde pequeña me habían enseñado a un Dios aterrorizante. Crecí escandalizada de mi misma y siendo juzgada por pensar diferente. Para mí era un reto ser mujer en una comunidad machista y que solo predican lo opuesto a la Palabra. Tales dificultades llegaron a alejarme del Señor, al punto de no sentirme digna y merecedora de su amor. Pensaba que yo no era lo suficientemente “cristiana” para seguirle.
Sin embargo, Dios conoce mejor que nadie nuestras necesidades y lo que nuestro corazón anhela, él sabía con exactitud cuánto anhelaba seguirle y amarle. Esta imagen aterrorizante que tenía de Dios fue cambiando cuando conocí al grupo juvenil Magis Nicaragua. Fue de esta manera que empecé a ser verdaderamente cristiana.
No tuve que cambiar mi forma de hablar o vestir, era yo misma. Mis amigos y amigas empezaron a quererme tal y como yo era, así como también Dios me ama. Desde ese entonces, han pasado algunos años desde que soy parte de Magis. Hemos vivido muchas experiencias juntos. Hace poco, tuvimos la oportunidad de participar en un encuentro centroamericano de comunidades Magis, realizado en septiembre de este año en El Salvador.
Fue increíble encontrarme con jóvenes semejantes a mí, para quienes Cristo también es el centro de su vida. Compartir nuestras experiencias nos ayudó a ver los puntos en común y a incrementar nuestros deseos por ofrecer más al Señor. No me sentía ajena, no me sentía como “nueva”. Sentí que conocía de años a los demás jóvenes Magis. Realmente nos acuerpamos entre las injusticias y batallas personales que cada uno tiene que enfrentar.
He guardado en el corazón todos esos abrazos reconfortantes, las lágrimas de sanación y esas palabras de esperanzas para nuestro futuro. También me llevé la gran tarea de predicar esta Palabra de amor hacia aquellos que algún día lleguen a sentirse cómo un día yo me sentí. No merecemos vivir alejados de Dios por culpa de una imagen errada. Por eso me siento invitada a gritar a voces que “¡Dios nos ama!”, sin importar tu tono de piel, tu estatus social, tu preparación académica, tu orientación sexual, tus ideales, etc. Los jóvenes tenemos hoy la gran tarea de darle a nuestras futuras generaciones una imagen más sana de la Palabra de Dios.
No me queda duda de que, tarde o temprano, Dios pone en nuestro andar a las personas correctas. Muchas noches rogué por acercarme a la Palabra del Señor, reconocerlo en los demás y amarme tal como él me ama. Y, nuevamente, esta petición volvió a ser escuchada a través de mi comunidad Magis.
Por Belén Morales Palma