Skip to main content

Dicen que “el jesuita sabe quién es mirándolo a Él”, eso es lo que hago en este momento. Entro a la capilla, tomo una silla y me siento. Mi mirada es atraída por la luz tenue que lo ilumina a Él. Mi mirada descansa en Él, no tengo palabras, aquí no se trata de discursos, simplemente de contemplar. El silencio invade mi ser, no tengo necesidad de hablar, solo hay miradas.

A medida que contemplo, empiezo a ver. ¿Qué es lo que veo? Veo a un hombre destrozado en una cruz, veo a un hombre con una tristeza profunda, veo a un hombre traicionado y derrotado, veo soledad, veo angustia, veo impotencia. En su cuerpo veo la fragilidad, un cuerpo marginado, desechado, excluido y ensangrentado.

Entonces, ¿por qué mirarlo a Él? ¿Por qué no mirar a otro lado? El cristiano no puede mirar a otro lado, dejaría de ser cristiano. No sólo el jesuita sabe quién es mirándolo a él, sino que todo cristiano encuentra quién es mirándole a Él. Simplemente, porque mirándolo a Él, encontramos nuestra misión.

Lo veo a Él y no sólo lo veo a Él, junto a Él está el sufrimiento, ahí están los marginados, los rechazados, los frágiles, los angustiados, los traicionados, los ensangrentados de nuestro tiempo, ahí están crucificadas las víctimas de una estructura de poder injusta, ahí están los revoltosos, los diferentes, los soñadores. Por eso lo veo a Él, porque al mirarlo encuentro mi misión.

Cuando el cristianismo quita la mirada de Él, se convierte en un cristianismo indiferente, exclusivo para unos pocos, egoísta e hipócrita; cuando quitamos la mirada de Él, podemos llamarnos de todo, menos cristianos. Porque al mirarlo a Él, miramos al sufriente, al mirarlo a Él nos convertimos en una Iglesia que no solamente mira hacia el Cielo, sino que mira a su alrededor.

En este mirar, nos damos cuenta de que, como cristianos, tenemos una gran misión.

Por Ronaldo Melgar Brizuela