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Vienen a mi memoria unas imágenes:

Un joven corriendo por los campos con los niños, jugando dominó con la luz que aún regala el reflejo de los cielos en la oscuridad de las casas entre los montes; aprendiéndose boleros de antaño para ir a cantar con sus amigos del asilo, enseñando en el colegio a apreciar el valor humano en el estudio y profesionalización.

Una joven desgastándose en las catequesis con dinámicas, colores, excursiones y oraciones cantadas en la capilla hecha con el esfuerzo comunitario sobre la loma del pueblo.

Una anciana caminando sobre la acera de la calle que regresa de comprar el pan y conversar con el panadero de problemas cotidianos mientras toman un café instantáneo.

Un hombre extranjero, que con su acento y sonrisa llega al mercado, alegrando el ambiente y comprando todo tipo de verduras para ir a su comunidad, preparar un arroz sabroso y salir por las calles a repartirle a los indigentes por la noche.

A un grupo de patojos que se ofrecen de voluntarios durante una semana en la asistencia de un pueblo, tras la tragedia de un volcán en erupción, en Guatemala.

A un joven, que tras la jornada del día, y caminando bajo las estrellas camino a casa, se toma el tiempo para agradecer lo que tiene.

Estas y tantas otras imágenes son de gente cotidiana, religiosos/as y laicos/as, amigos y desconocidos. A ellos les debo las gracias, porque me mostraron que consagrar la vida por amar con ternura apasionada y servir en lo cotidiano, se puede hacer con aroma del Reino de Dios, que es real hoy.

Para mí, la vida consagrada es vivir apasionadamente mi relación con Jesús, que está en mis hermanos y hermanas. Dedicarme a ellos, amarles, abrazarles, sonreír y reír hasta sentir calambre en el estómago. Es reconciliarme con ellos, ofreciendo mi tiempo, talentos y esfuerzo por la misericordia que tanto he recibido. En concreto es el ir configurándome en el vivir con un sentido de humanidad profunda.

¿Cómo la vivo?

¡Con muchísima alegría…!

Que no confunda mi entusiasmo; paso también por mis momentos áridos en la llanura de los inicios en los estudios académicos. Sin embargo, creo que es este preciso momento la oportunidad de afianzar mi elección y vida como jesuita.

Entregarme con organización y pasión a los estudios; integrarme sirviendo con esperanza y contemplación los fines de semana en la pastoral en el barrio Los Guandules, en República Dominicana; ser realmente un compañero en mi comunidad sabiendo ofrecer mi amistad y trabajo; compartir con felicidad y cariño los gestos y video llamadas con mi familia y amigos; dejar que la música y el arte me hablen del Dios creador; y por supuesto, mi vida de oración: momento fundamental de intimidad con el Señor.

¿A qué me invita Jesús y a dónde me siento llamado?

Actualmente, en el inicio de mi proceso de formación académica como jesuita, me invita a crecer intelectual y espiritualmente junto con otros: soy compañero. Vivir mi autenticidad junto a la de mis compañeros implica una actitud genuina de liderazgo conmigo mismo, con mi Principio y Fundamento; practicarlo en la vida y misión, mía y de mis compañeros.

La invitación a la contemplación en acción, para sentir y contemplar a Dios en todas las cosas, actividades y conversaciones de la vida diaria, se convierte entonces en encuentro con el Reino de la Vida, reto que como Compañía de Jesús queremos seguir ofreciendo lo mejor de nosotros: nuestra espiritualidad y amistad.

Por Manuel González Asturias, SJ

Manuel González Asturias, SJ

Jesuita. Ciudad de La Antigua Guatemala (1995). Crecí y me desarrollé en la Parroquia San José Catedral como catequista, miembro del coro, pastoral de salud y fotógrafo de la Vicaría Episcopal Santo Hermano Pedro. Estudié una Licenciatura en Tecnología Acústica y Sonido Digital (producción musical). Actualmente, estudio el Bachillerato en Filosofía Eclesiástica en el Instituto Superior Bonó, de República Dominicana. Miembro activo de comisión de Nuevas Generaciones de la Conferencia Dominicana de Religiosas y Religiosos (CONDOR), filial Santo Domingo.