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En el tiempo en que la Iglesia hace memoria de la Epifanía del Señor, un grupo de jóvenes de diversos países de la gran familia centroamericana vivimos una semana de Ejercicios Espirituales en El Salvador. Nos pusimos en camino para encontramos desde el silencio, la contemplación y la vida comunitaria con Aquel que nos mantiene inquietos, alborotados, y quizás hasta locos por querer aportar a lo que él mismo llamó Reino de su Padre.

Al llegar a la casa de retiro que nos acogió durante esos días, el panorama era otro. Ya no se escuchaba el ruido de los vehículos, y las tertulias de las personas parecían no perforar el silencio. Aquello se convirtió en una montaña de paz que Dios había preparado para hablarnos, quedarse con nosotros y nosotros con Él. Ya no solo lo sentíamos, sino que platicábamos, reíamos, cantábamos y hasta cenábamos con Él. Dios en la persona de Jesús estaba en la montaña, se retiró por un momento, también quería descansar en medio del ruido y dispersión de nuestra sociedad. Era una comunidad formada por Dios, nosotros y quienes nos acompañaban.

No dudé en hacerle todas las preguntas que durante este proceso de búsqueda me habían surgido, parecía una entrevista, pero sin necesidad de usar el habla, todo se respondía de corazón a corazón. Fueron muchos los regalos surgidos de los coloquios, pero todo se centró en sentir como Dios me ha acompañado en mi lucha en contra del misterio del mal. Él me anima a contemplar a mis hermanos y hermanas que aún luchan, y me convoca, alienta, llama a colaborarle en la construcción de su Reino que es el amor y la vida misma.

Reconocí que mi Creador me quiere libre y disponible en la misión. No puedo permanecer toda la vida en la montaña silenciosa. Ahora me toca a mí hacer algo para que la civilización del amor sea una realidad. Este retiro fue un espacio para recobrar fuerzas y algunos instrumentos para lo que viene en mi vida. Representó una puerta para clarificar cuál es la misión que desde el vientre de mamá ya se nos había encomendado.

Al acabar nuestro retiro, mis compañeros y yo visitamos algunos lugares emblemáticos de la Iglesia salvadoreña que nos recordaron la entrega generosa, valiente y profética de tantos hombres y mujeres que tomaron el Evangelio en serio y unieron sus vidas a la de Jesús desde el martirio. Gracias a El Salvador por ser tierra fecunda donde se ha depositado la semilla de la esperanza de que otro mundo es posible.

También pude agradecer a tantas personas, hombres y mujeres de buen corazón que durante mi vida me han acompañado, alimentado mi experiencia de fe y mostrado el rostro tierno de Dios Padre. Después de tanto bien recibido, solo me queda desde la libertad de Hijo decir Sí a la voluntad que Dios tiene para mi vida.

Por José Jarquín