Skip to main content

En este poema, Víctor Portillo, S.J., nos ofrece el retrato íntimo de un amor que no exige, expresado a través del abrazo como lugar de refugio, memoria y eternidad.

Te amé y con eso me basta.
No buscaba ser compensado con la misma moneda.
Solo bastaba con sentirnos mutuamente.
Sabiendo que la eternidad se detenía por un momento.
En ese abrazo que ordena el recóndito caos.
Los abrazos que tú me das son como un rayo de luz de una mañana de verano, la que es fría, pero a la vez radiante y única.
Como la mirada fija y pura de un bebé que te observa como queriéndote decir mil cosas. Pero con solo sonreír y sin quitarte los ojos de encima, te ha dicho todo.

Esos abrazos son como la suave caricia de una madre que te externa todo su amor, cuando te besa la frente y te dice: «¡Te quiero, hijo!».
Son como el dorado cielo reflejado en los ojos de mi abuelo, en el ocaso de su vida, que te recuerda a lo eterno y siempre presente.
… Ese abrazo que todavía lo guardo acá conmigo me hace recordar tu calor y el latir de tu corazón junto al mío.
Te recuerdo cálida y tibia entre mis brazos, en ese calor cercano, con sabor a eternidad.