En este texto, José Miguel Morales, jesuita en formación salvadoreño, resalta el legado histórico de la Universidad Centroamericana José Simeón Cañas (UCA), en El Salvador, a la luz de su vigésimo sexto aniversario de fundación. A través de su testimonio como parte de esta comunidad viva, José Miguel repasa el camino de la universidad en seis décadas al servicio de la sociedad salvadoreña y la región centroamericana.
Cuando estaba en el colegio, siempre sentí un sentimiento de admiración por la UCA. Me impresionaba su historia, las posturas que mantenían sobre los hechos del país y la calidad con la cual formaba a sus estudiantes. Miraba con esperanza que en el futuro podría ser parte de esa institución que tanto bien hacía por aquellos que más lo necesitaban. Este año la Universidad Centroamericana “José Simeón Cañas” (UCA) celebra 60 años de historia académica en El Salvador. Y ahora que me siento parte de la comunidad universitaria, repaso aquellos sentimientos de luz, esperanza y liberación que una vez pasaron por mí.
Repasar la historia de la UCA es encontrar que, durante estas seis décadas, la universidad ha sido una institución al servicio del pueblo salvadoreño y centroamericano, contribuyendo a la construcción de una sociedad más humana y solidaria. Es admirar cómo ha estado presente en los momentos más decisivos de la historia nacional, siendo un faro de pensamiento que ha orientado el camino a seguir.
La UCA ha sido el lugar de encuentro de miles de estudiantes, que como yo, han llegado con la esperanza de superación y aprendizaje, con el deseo de convertirse en referentes de la transformación social. Más allá de su visión de innovación, de la vida comunitaria, de la participación y de su actuar institucional, la UCA se ha consolidado como un referente en la formación integral de jóvenes comprometidos con su realidad social y con la superación de las injusticias que nuestro país afronta. Su misión ha sido formar hombres y mujeres conscientes, consecuentes y capaces de transformar la realidad histórica del pueblo salvadoreño.
Llegar a seis décadas es un momento significativo en la historia de la Universidad, pero también es una oportunidad simbólica para realizar una autoevaluación y preguntarse hacia dónde se quiere caminar. Es un tiempo para revisar lo ya recorrido y orientar la mirada hacia las necesidades actuales de la sociedad. Creo firmemente que la UCA está llamada a seguir siendo instrumento de liberación y concientización. Su legado, marcado por la sangre derramada de los Mártires, así como por la vida y el compromiso de hombres como Jon de Cortina, Rafael de Sivatte y José María Tojeira, señala el modelo de vida y compromiso que como estudiantes debemos asumir.
En el país, los tiempos han cambiado y, en muchos aspectos, han tomado rumbos que creíamos ya superados. No se pueden ocultar los retrocesos en materia democrática ni en el respeto al Estado de derecho dentro de nuestro frágil sistema político.
De igual manera, hay situaciones de injusticia que aún persisten en El Salvador. Muchos jóvenes no tienen la oportunidad de estudiar, y es en ese sentido que vienen a mi mente las palabras del P. Ignacio Ellacuría: “Asistir a la universidad es, en nuestros países, un privilegio excepcional, un privilegio que no puede aceptarse sino con la clara conciencia de la obligación de ponerlo al servicio de los demás” (Ellacuría, 1999, pp. 33-34). En esta realidad que se impone ante nuestros ojos, y siendo nosotros estudiantes de una universidad con un legado histórico de defensa de los derechos humanos y de las causas justas, debemos estar preparados para responder con responsabilidad y altura a los problemas que nos afectan como nación.
La UCA lleva 60 años caminando junto a El Salvador. La identidad universitaria ha sido forjada por estudiantes, catedráticos y miembros administrativos que la han hecho suya. En la medida en que cada miembro de esta gran familia universitaria encarne los valores que representan sus ideales, será posible recoger los frutos nacidos del esfuerzo y de los sueños que las aulas resguardan. La UCA ha sido parte de la historia del pueblo salvadoreño, al mismo tiempo que el pueblo ha sido protagonista de la historia de la universidad.
Los sueños y caminos que alguna vez deambularon por mi mente se hacen realidad al recorrer sus pasillos y al contemplar lo que da vida a esta comunidad. Pero, sobre todo, la manera de cómo entre lo sencillo de la vida universitaria se esconde la huella del Dios que camina en medio de su pueblo, realza el valor de la esperanza que ha animado a la institución durante seis décadas.
Cada persona que hace posible la vida universitaria refleja los años de trabajo y compromiso. Ahora queda continuar el camino, ofreciendo respuestas pertinentes a las exigencias de nuestro tiempo. La tarea sigue siendo formar una universidad que eduque para la liberación, que critique de manera constructiva, que analice, señale y denuncie las injusticias y actos injustos; pero, principalmente, formar hombres y mujeres que, en palabras del P. Ignacio Ellacuría, busquen “hacer todo lo posible para que la libertad sea la victoria sobre la opresión, la justicia sobre la injusticia y el amor sobre el odio”.
Por José Miguel Morales, S.J.