¿Y si el éxito no fuera tenerlo todo, sino entregarlo todo? En tiempos donde se aplaude lo fácil y se evita lo profundo, la vida de San Luis Gonzaga sigue siendo una provocación. Joven noble, renunció al poder y al confort para vivir con sentido, amar con gestos concretos y entregarse sin medida. Su historia no es una lección del pasado, sino una invitación urgente a vivir con autenticidad y dejar huella.
A San Luis de Gonzaga, joven santo jesuita nacido en Italia en 1568, lo recordamos por abrazar la vocación religiosa por sobre su destino cortesano, dejando atrás la comodidad y el lujo para entregarse al cuidado de los enfermos de peste. Hoy queremos recordar tres rasgos de su vocación temprana que nos muestran que eligió un camino contracorriente para trascender a la santidad:
- Vivir con sentido y no por inercia: Al ser el hijo mayor del Marqués de Castiglione y heredero del título familiar en la Italia del siglo XV, podemos decir que Luis de Gonzaga tenía la vida resuelta. A pesar de crecer en el contexto noble y de corte militar, a los siete años empezó a sentirse atraído por la oración y a apartarse de la vida cortesana que le rodeaba. Con 11 años, luego de descubrir un libro corto sobre la vida de algunos santos, comenzó a rezar a diario siguiendo sus ejemplos. En el mes de noviembre de 1585 Luis renunció a su herencia a favor de su hermano Rodolfo y se puso en camino a Roma donde se presentó al superior general de los jesuitas, Claudio Acquaviva, que le admitió en el noviciado de San Andrés a pesar de la negativa y oposición constante de su padre a su vocación. Así, a través del llamado a la vocación, Luis nos regala este rasgo aplicable hasta nuestros días: vivir con sentido, aunque esto signifique ir en contra de la corriente.
- Amar desde el gesto concreto: En 1591, ya inmerso en su vida como joven novicio jesuita, la plaga de la peste azotó a Italia. Luis se lanzó a ocuparse de los enfermos: pedía limosnas para atenderlos y transportaba físicamente al hospital a los que encontraba por las calles. Allí los lavaba, les daba de comer y los preparaba para los sacramentos. Así, contrajo la enfermedad y cayó en cama el 3 de marzo de 1591. Dos jesuitas que le velaban de noche vieron como le cambiaba el rostro cuando se abrazó a una cruz y dijo el nombre de Jesús. Tenía sólo 23 años cuando murió a causa de su entrega y disposición total para con los más excluidos, un gesto de amor propio de quien busca vivir al mismo modo de Jesús en la Tierra.
- Trascender desde la autenticidad: Luis no fue mártir de guerras ni predicador famoso. Fue un joven que eligió vivir con fidelidad a su conciencia. Su vida fue sencilla, breve, pero profundamente coherente. En 1726 fue canonizado por Benedicto XIII. Tres años después, fue nombrado protector de los estudiantes. En 1926, Pío XI lo proclamó patrono de la juventud católica. y en 1991, Juan Pablo II lo nombró protector de las personas enfermas de SIDA. Su vida continúa hablando hasta hoy, seis siglos después, porque fue auténtica. Su entrega no fue, a simple vista, espectacular, sino profunda desde su modo de vivir.
San Luis Gonzaga nos recuerda que la verdadera vocación no es un plan perfecto, sino un camino de búsqueda y entrega. Él eligió vivir con sentido, amar con hechos y dejar una huella desde la autenticidad. Que su fiesta y su vida nos inviten a caminar al modo de Jesús: con valentía, coherencia y corazón abierto para servir.