Hoy escuchamos tres historias distintas, pero todas hablan de lo mismo: un Dios que no se rinde con nosotros.
El pueblo en el desierto fabrica un becerro de oro porque se cansó de esperar. Lo querían todo ya, visible, controlable. ¿No nos pasa igual? Redes, logros, imagen: cosas que brillan pero no llenan. Y sin embargo, Dios no nos abandona. Espera. Insiste.
Pablo cuenta que fue violento, perseguidor, y que aun así Dios lo alcanzó. No lo borró del mapa: lo transformó. Eso es misericordia: no solo perdón, sino fuerza para empezar de nuevo.
Y la parábola del hijo pródigo nos recuerda la fiesta. El padre que corre, que abraza, que devuelve dignidad. La misericordia de Dios no es pasiva: te devuelve vida, te levanta, te impulsa a moverte.
Hoy recordamos el martirio de Juan López, delegado de la Palabra de Dios y ambientalista hondureño, que hace un año entregó la vida en defensa de la casa Común. Su testimonio nos dice algo: cuando alguien se siente amado y perdonado, es decir, cuando se abre a la gracia de Dios, ya no vive para sí mismo. Vive con sentido, y vivir con sentido es también saber por qué se está dispuesto a morir.
Esa es, en el fondo, la novedad de hoy. La misericordia no es solo que Dios te perdona cuando fallas. Es algo mucho más grande: es la fuerza para volver a levantarte cuando tropiezas, y la energía que te empuja a cuidar y defender a quienes más sufren, a los más vulnerables, incluida nuestra Casa Común, incluso cuando eso suponga riesgos.
Por eso la pregunta sigue abierta: ¿quieres quedarte con lo que brilla pero nunca llena, o te atreves a entrar en la fiesta y dejar que Dios te regale un motivo verdadero para vivir con sentido?