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Fiesta de la Sagrada Familia – Ec. 3, 3-7. 14-17. Sal. 127. Col. 3, 12-21. Mt. 2, 13-15. 19-23

Cuando pensamos en la Sagrada Familia, imaginamos algo perfecto.
Pero la Biblia muestra otra cosa: una familia que tuvo miedo, que huyó, que empezó de cero. Y justamente ahí, en lo frágil, Dios se hizo presente.

Eclesiástico nos recuerda que la familia —la de sangre o la que uno elige— se vuelve verdadera cuando nos cuidamos en lo difícil, cuando alguien sostiene al que está débil. 

Colosenses nos recuerda que la vida nueva en Cristo se nota en lo pequeño: paciencia, compasión, perdón, humildad. No porque todo sea perfecto, sino porque de Dios aprendemos a no romper relaciones cuando algo sale mal, es decir, ser “familia” es aprender a aguantar sin destruir, a amar sin que lo merezcan siempre.

Y Mateo nos muestra el corazón del mensaje: Jesús comienza su vida como migrante, refugiado, sostenido por el amor sencillo de María y José.

Dios no eligió una familia ideal. Eligió una familia vulnerable, pero valiente.
Una familia que no se rindió.

Por eso hoy podemos dar gracias. Porque si Dios entró en una historia así, también puede entrar en la nuestra. En lo que nos pesa, en lo que intentamos, en lo que volvemos a empezar.

La Sagrada Familia nos enseña que lo sagrado nace en lo cotidiano, cuando alguien cuida, acompaña, perdona y sigue adelante. Ahí aparece Dios. Y ahí renace la esperanza.

Por. Vocaciones Jesuitas