Domingo 25 del Tiempo Ordinario – C Lucas 16, 1 – 13
En el evangelio de Lucas que escuchamos hoy, Jesús no está haciendo un discurso de principios, sino un discernimiento práctica que refleja la realidad de injusticia hacia los pobres, la causa es el corazón egoísta y ambicioso que pone su amor y confianza en el dinero.
En tiempos de Jesús, sólo pocas personas tenian riquezas, la mayoría apenas poseían algunos bienes de intercambio para subsistir. En el evangelio, Jesús habla del dinero refiriéndose a él como “riqueza injusta”. Su amor a los pobres y su pasión por la justicia de Dios lo urgen a defender siempre a los más excluidos. Por ello, Lucas recoge las palabras de Jesús sobre un administrador astuto que busca asegurar su bienestar a costas de cualquier cosa. El dinero acumulado de forma injusta provoca mentiras, corrupción, inseguridades, exclusión y ceguera.
La sociedad en la que vivimos nos trasmite una idea de “bienestar” y felicidad donde parece que, hacerse ricos, es la meta deseada; “¿Qué tiene de malo ser rico?”, dirán algunos, hay muchos cristianos que consideran la riquza como signo de la bendición de Dios (evangelio de la prosperidad). Pero ¿es posible que nadie pueda realmente enriquecerse sin que muchos otros se vuelvan o se mantengan pobres? Ser definido como rico en nuestra sociedad significa tener más, mucho más, que la persona promedio. No es solo porque la persona sea rica, sino porque para ser considerado rico debe poseer bienes que, en justicia, se niegan a otros. En cosecuencia, no podemos decir que amamos a Dios y a nuestros hermanos si vivimos sordos al grito de los pobres y somos parte de las dinámicas que les excluyen. Por eso, para Jesús, toda acumulación de riqueza es injusta.
En la medida en que los asuntos económicos se relacionan con cuestiones morales —la justicia, la dignidad del individuo, los derechos humanos fundamentales—, ciertamente conciernen a la comunidad cristiana y eclesial. Ser agente —activa o pasivamente— de la injusticia es negar el amor al prójimo.
El mensaje que Jesús trasmite, en esta comparación con el administrador desonesto, es el siguiente: “Ustedes, lo que acumulan riquezas injustas, hagan uso de esos bienes para ayudar a los pobres; compartan lo que tienen con ellos, de esta manera, ellos serán sus amigos y, cuando al final de la vida, las riquezas no les sirvan para nada, ellos los tratarán con misericordia y solidaridad y los recibirán en la casa del Padre”.
Hay personas que, justificándose en una tradición bíblica, ven la riqueza como signo de bendición, pero esto no es la visión del Evangelio. Lamentablemente, hay personas que piensan que el éxito económico y la prosperidad es el mejor signo de que Dios aprueba su vida o que la pobreza es voluntad de Dios o su falta de esfuerzo. Un seguidor de Jesús no puede hacer cualquier cosa con el dinero: hay un modo de ganar dinero, de gastarlo y de disfrutarlo que es injusto, pues olvida a los más pobres, alimenta la codicia y a la corrupción.
Para discernir:
Pide al Señor que abra tus ojos
Examina tus lealtades, ¿qué ideas o causas compiten con la justicia de Dios?
¿Cuál es la relación afectiva que tienes con el dinero? ¿Cómo puedes ser solidario con los pobres hoy?
P. Erick Hernandez, S.J.