Vigésimo noveno domingo del Tiempo Ordinario
San Lucas nos pone en este episodio a un Jesús Maestro, que va educando a sus discípulos en la importancia de la oración perseverante. Con lo cual el Hijo de Dios nos revela que muchas cosas en la vida no dependen del simple activismo de las personas ni de las capacidades personales, hay realidades que nos superan y, por eso mismo, sólo dependen de Dios. Asumir esta verdad desarrolla en nosotros dos virtudes: la humildad y la paciencia
1. La humildad de reconocer que no puedo con todo, hay tantas situaciones en la vida humana que nos sobrepasan y sólo nos queda de alguna manera abrazar la ayuda de otro. La insistencia de la viuda de ir ante el juez desvela la gran humildad de abrazar la realidad tal como es, sabe que ante aquel problema o aquella situación está simplemente limitada y depende del juez. Ocurre a veces que tenemos la idea falsa de cierta omnipotencia, creemos que podemos con todo y cuando nos vemos rebasados finalmente caemos en cuenta de que somos tan frágiles y necesitados como los demás. Esta verdad no siempre se asume bien, a veces con mal humor o aislamiento, porque no quiero parecer necesitado. Pedir algo puede resultar muy humillante a los excesivamente autónomos e independientes, el acto de orar insistentemente no deja de ser una llamada a la humildad ante el Creador de todas las cosas.
Cuando las órdenes mendicantes surgieron en la Iglesia se convierten inmediatamente en el símbolo de la humildad ante un mundo que ya empezaba a creer en la autosuficiencia, el que los religiosos pidieran limosna como los pordioseros despertaba inspiración en unos y temor en otros. El pedir no deja de ser un acto de humillación, ante el orgullo humano, aparece un camino de abajamiento de sólo depender de la bondad de Dios y de los demás. La petición nos hace humildes y, por eso, Jesús no deja de recomendar que sea insistente, para no caer en la mentira de la autosuficiencia económica, afectiva o física. Sólo Dios hace plena a la persona.
2. La paciencia todo lo alcanza decía Santa Teresa de Jesús, y sólo se puede ser paciente si ya se es humilde. Los orgullosos no siempre esperan, se molestan estar en la cola. En el mundo de lo exprés del todo rápido, a veces queremos que Dios sea como un trabajador de “pedidos ya”, pero lo cierto es que muchos de los dones que Dios da se fraguan a fuego lento y con participación del interesado. Y esto es normal, porque la vida requiere procesos y de ardua insistencia, como aquella viuda que toca a la puerta del juez malvado, quien termina finalmente resolviéndole para que lo deje en paz. Jesús nos dice si este juez al final resuelve a pesar de ser malvado, cuánto no hará Dios en responder a nuestras necesidades porque Él es bueno. Sin embargo, ante las peticiones nos toca esperar el tiempo de Dios, porque no siempre estamos preparados para recibir lo que pedimos. Y hay situaciones en la vida que únicamente nos toca pedir la fuerza para caminar con situaciones que no siempre están a mi alcance resolver: la muerte inminente de un ser querido por una enfermedad mortal, conflictos familiares donde mi opinión sólo es una opinión más, y así otras sin fin de situaciones donde están implicadas otras libertades. Sin embargo, la petición nos hace sentir acompañados por el Señor.
Que el Señor nos dé la gracia de vernos humildes y pacientes. Amén.
P. Mario Miguel Gutiérrez, S.J.