Hace poco me encontraba en Instagram con esta frase de monseñor Fernando Ocáriz, y me fue inevitable relacionarla con el título que usaron los primeros jesuitas para hablar de comunidad: “Amigos en el Señor”.
Sabemos que el Señor nos llama a la vida comunitaria. Sabemos que el propio Señor formó una comunidad. Sin embargo, ¿qué nos puede diferenciar de muchos grupos que existen ahora? Sin duda alguna, el hecho de compartir la fe, que no es poca cosa. Aún así, creo que el Evangelio nos invita una vez más a dar un paso más allá. Jesús deja de llamar a sus discípulos siervos y los llama amigos.
Me da la impresión de que la palabra amigo ha perdido su valor con el pasar de los años. Desde su uso casi vulgar en las redes sociales, pasando por el marketing brutal que nos invita a ser “únicos”, pasando por encima de los demás, y volviéndonos consumidores cada vez aislados. Yo soy el protagonista de la película y no necesito a nadie más. De ahí que frases como que los amigos no existen y que la felicidad se se alcanza siendo el único protagonista de tu historia se vuelven en discursos cada vez más comunes y se repiten como lemas personales.
Para mí es una certeza del Espíritu que el Señor no solamente nos quiere dentro de una comunidad (como lo puede ser el vecindario, la parroquia, los amigos, Magis o incluso los compañeros de oficina), el Señor nos quiere Amigos dentro de la misma. Dicen las actas romanas que Tertuliano de Cartago, al ver a los cristianos pensaba: “¡Miren cómo se aman!”. Jesús mismo dice en el Evangelio según san Juan: “Ya no los llamo servidores, los llamo Amigos” (15, 15).
Se trata de llevar la amistad íntima con Jesús mi forma de relacionarme con los demás, de tal forma que me lleve a amar al otro por ser quién es, a reconocerlo valioso y ver su dignidad por encima de las etiquetas que las personas solemos poner sobre los otros. Ojalá pudiésemos dejar de etiquetar a las personas, pero si, a pesar de lo que las etiquetas me dicen, le doy una oportunidad a ese otro, lograré ver a Dios en esta persona y esta persona verá a Dios en mí.
El cariño que dos amigos pueden tenerse se ve elevado y santificado y hace de la amistad un apostolado, donde pongo el amor más en las obras que en las palabras, pues no sabemos en quién podremos encontrar un amigo. La invitación es tener el corazón siempre abierto a recibir con ternura a cada persona, comportarnos como un amigo y tener la suficiente libertad para dejar que el otro decida si corresponder o no.
Dicho esto, hay muchas preguntas que vale la pena hacernos: ¿Soy yo un buen amigo? ¿En este momento vivo como amigo de Jesús? ¿Qué estoy haciendo yo para amar a mis amigos como Jesús lo haría? ¿Cierro el corazón a aquellas personas que no encajan en mi forma de ver el mundo? ¿Me cuesta salir de mí mismo? ¿Qué estoy haciendo para lograrlo?
Ciertamente, no pretendo hacer un tratado teológico acerca de la amistad como una vocación del ser humano. Solo quiero traer a la mesa un tema que muchas veces damos por hecho en la vida, pero que es tan denso como Dios mismo, pues en nuestra necesidad de ser sociales, hay una semilla que Él mismo plantó: el deseo de vivir en comunión. La amistad en el Señor es eso, vivir en comunión. El compromiso al que te invito (y que yo mismo tomaré también) es que nos hagamos cada día más amigos de Jesús, le pidamos conocimiento interno de Su Persona y que desde allí, tratemos a los que nos rodean en el día a día. Si Dios lo pide… ¡Sí se puede!
Por Antonio González, de Magis Nicaragua