La notoriedad de cada persona en la sociedad suele medirse por los niveles de inteligencia, el poder adquisitivo, la fama ante los demás, los estándares de belleza y los likes, entre muchos otros. Es así como se ha llegado a instaurar un mundo dominado por el que más, dejando abierta la puerta para una competitividad que sobrepasa muchos límites, si no todos, llegando incluso a prescindir de quienes no encuentran cabida en esta realidad.
La fe en Jesucristo el Hijo de Dios nos conduce por caminos menos usuales que los promulgados en nuestros tiempos. De allí que siempre sea necesario discernir nuestras realidades comunitarias y personales, identificando de este modo cuán coherente va siendo nuestra vida en comunión con el Señor. Tal es el caso del texto evangélico que nos compete.
En la espiritualidad ignaciana suele utilizarse la palabra magis para hacer referencia a modos de proceder que nos identifican. En ocasiones se indica el magis como la excelencia, hacer mucho, destacar entre otros, la milla extra y un largo etcétera. El magis se asocia a la misión, de allí que se entienda como: elegir aquello que más nos conduce para lograr el fin para el cual hemos sido creados, proveniente todo de Dios. Por tal razón, el modo de proceder de Cristo marca el camino a desear, elegir y por dónde accionar. La expresión definitiva y desbordada del Señor para con la humanidad se da en el Hijo, en el Cristo que haciéndose hombre se abaja para compartir nuestra realidad, en todo menos en el pecado. Sintiéndonos hijos de un mismo Padre, y por ende hermanos, podremos asumir su modo de proceder como el nuestro.
En el texto del evangelio de este día presenciamos la realidad de un banquete, donde no pocos buscan ocupar los puestos de honor. Podríamos decir que procedían según los valores de su momento, perpetuados hasta hoy. Jesús les indica: “Cuando te conviden a una boda, no te sientes en el puesto principal” (Lc 14, 8a); buscar un lugar implica desplazar a otros y hasta entronizarse por encima de las realidades ajenas. Tampoco se trata de un ejercicio de poca estima. La clave está en vivir el magis sabiéndonos hermanos, servidores los unos de los otros, abriendo así el corazón para en todo amar y servir.
¿Minus? Sí, buscando ante todo la gloria divina y no la propia, dejando que el Señor aparezca y nosotros disminuyamos. Sabiéndonos frágiles y amados, servidores los unos de los otros. La fecundidad de la humildad contrapuesta al enaltecerse, poniendo el amor más en obras que en palabras ¿Cómo vives el magis? ¿Te animas a servir desde el minus?
Afmo. en Cristo, P. Juan Gaitán, S.J.